Llegaste, recorriste tres ciudades del Perú, y después de cuatro días entre nosotros te fuiste y nos dejaste tu palabra, tus gestos, tus mensajes y tus bendiciones. Gracias por ello papa Francisco.
Estas líneas solo son eso, la gratitud personal y de los míos por el privilegio de tenerte en mi país. Porque gracias a la modernidad y la tecnología a disposición de los medios de comunicación, te sentimos, como si hubiéramos estado en primera fila en cada una de tus jornadas.
Son tantas las emociones experimentadas al escuchar tu mensaje en cada una de las actividades programadas. Me quedo, sin embargo, en medio de todo, con lo de Madre de Dios. Con tu encuentro con los representantes de los pueblos originarios. Dice mucho de ti, que hayas elegido que este momento sea tu primera actividad pública en suelo peruano.
Como hijo de esta tierra amazónica, que tiene la seguridad y orgullo de que por sus venas corre algo de esa sangre bendita, me gustó que escuches a los que no tienen voz o a los que pocas veces tienen la oportunidad de hacerse escuchar. Pero también que tú les hables mirándoles a la cara. Muchos de ellos no creen en el papa, pero te saben un comprometido, como la iglesia católica, con su lucha y sus gritos clamando justicia y respeto por el lugar donde viven. Eso es digno de resaltar, porque sintieron tu compromiso, tu identificación y por eso te reconocieron al final como uno de ellos, simbólicamente como apu.
Claro, para muchos esto solo es mero discurso, pose pura, palabras y nada más, pero nadie, por último, puede negar lo contundente. Que fuiste instrumento para que todos los escuchemos. Los mismos peruanos y en todos los países del mundo a donde las transmisiones en directo llevaron en vivo cada instante de esta cita tuya con la Amazonía. Yo no miro el vaso medio vacío, yo miro el caudal de los ríos, llevando la esperanza y la fe, de una iglesia, a la que tu pediste, sea también amazónica e indígena.
Gracias Francisco, porque como Juan Pablo II, llegaste física y espiritualmente a la selva peruana. Él a Iquitos en 1985 y tú a Puerto Maldonado el viernes pasado.
Gracias por levantar la voz contra la Trata de Personas, por esta visita a niños, niñas y adolescentes rescatados del abuso y explotación, albergados en la casa hogar «El Principito». Por decirles que ellos son luz de nuestra oscuridad. Nuestro compromiso, desde donde estemos, para que eso sea así. A cerrar filas por la niñez de la Amazonía, del Perú y del mundo.
Solo te pido que le pongas más énfasis a lo de Sodalicio y todas las acusaciones contra los religiosos pederastas. Hablaste al respecto, pero sacude con mayor firmeza el árbol para que caigan esas manzanas podridas. Oraré para que así sea.
Yo me quedo, en lo personal, renovado en mi fe. Soy católico. Creo en Dios y en su hijo Jesús. En la iglesia como institución. Sé que tu misión no es fácil, que tienes miedo, que buscas fortalecerte en nosotros, lo dijiste el día en que fuiste elegido y saliste al balcón en la plaza San Pedro. Muchos siguen sin entender por qué tu pedido, porqué el Santo Padre, no solo reza y ora por nosotros, sino que pide que lo hagamos por él. Te sabes un humano, un mortal de carne y hueso, el hermano mayor, que no quiere caminar solo.
Gracias por la visita, gracias por mí, por mi familia, por mis amigos y lectores, por todo aquel que abre su corazón con fe. Gracias, por tu bendición. Gracias Francisco y te prometo que ahora más que nunca -más seguido- rezaré por ti.