Retrato de marginales
En la portada de ayer, al costado de la foto sobre el nuevo derrame de combustible sobre aguas de por acá, este diario publicó dos pequeños peces sostenidos por dos manos anónimas. Esa toma dice mucho más de lo que parece. Tanto los ejemplares fluviales como la persona desconocida pertenecen al mundo de la marginalidad nuestra. Es decir, de las potenciales víctimas en este país bastante bochornoso, donde el pez grande se come al pez chico. Los dos peces fotografiados estaban muertos. Ahogados o asfixiados por el accidente, ni dejarán descendencia, ni servirán para la alimentación. La fauna ha sido alterada solamente con el exterminio fin inesperado y abrupto de ese par de especímenes. Y eso ya es grave, por supuesto. Y, desde luego, no fueron los únicos peces asesinados.
¿Quién hará el inventario de daños ocasionados por ese derrame? ¿Se llega a saber alguna vez cuánto mal hace a la fauna y la flora un hecho de ese tipo? Esas dos manos que muestran a los peces muertos no son miembros separados de un cuerpo, de un nombre, de una vida humana. No sabemos cómo se llama esa persona. Ignoramos dónde vive, a qué dedica el tiempo libre. Pero podemos suponer que es una víctima del derrame. Y que tiene que dejar de hacer sus cosas habituales y dedicarse a verificar daños.
Esas anónimas manos que muestran a los peces muertos, también, podrían parecer extendidas como pidiendo algo a alguien. O lanzando terribles preguntas a nadie. ¿Por qué los derrames afectan a los pobres, los más pobres de esta región? ¿Por qué las empresas petroleras no toman medidas sobre todo para no perjudicar a los más desvalidos? ¿No es ese perjuicio también una manera de maltratar a los más débiles, de excluir a los más? No sabemos de quién son esas manos tendidas. Pero sospechamos que podrían cerrarse y convertirse en un puño si siguen los derrames petroleros.