“Si quieren un reportaje que tenga impacto tienen que por lo menos intentar tomar la catedral de Lima” nos dijo el entonces imprescindible reportero de “Panorama” de Panamericana Televisión, Alejandro Guerrero, ante el asombro del dirigente estudiantil loretano, Alfonso Rodríguez Ángulo, quien junto con varios postulantes había formado el Frente de Defensa de Postulantes de la Universidad San Martín de Porras y luchaba -entre otras cosas- por un cupo en la ampliación de vacantes y la destitución del rector de apellido Peña Cabrera. Era el invierno de 1985 y yo miraba esos ajetreos colectivos de Alfonso con la incredulidad agustiniana de esos años y la indiferencia que me provocaba las acciones violentas.
Y es que siempre los medios de comunicación tienen que interesarse por el impacto del trabajo periodístico y la repercusión del mismo en la opinión pública. Y un reportero sabe de esta situación que, además, le permite mantenerse en el medio. Hay varios elementos que juegan para decidir cubrir un acontecimiento, más allá de la justicia, oportunidad y racionalidad. Claro que un periodista con más de tres décadas en el oficio sabe cuando una nota tendrá repercusión fuera de su propio ámbito. Y, a veces, se nos va el olfato inicial y tenemos que seguir la corriente que otros dejaron. Demás está decir que como corresponsal por más de tres lustros de la principal cadena noticiosa Nacional del Perú me ha dado cierta sapiencia para presentir instantáneamente cuando un acontecimiento merece no sólo ser cubierto sino un necesario seguimiento. Y, pues, como toda acción humana, la selección de noticias tiene su dosis de subjetividad y por ello la posición de un reportero es controversia y sujeta a críticas.
Más allá de estar de acuerdo o no con la pertinencia y mercantilismo pavoroso de quienes han desorganizado lo que han dado en llamar “marcha de sacrificio”, confieso que ver a varios paisanos lanzar arengas retrógradas y arcaicas por las calles de Lima me ha producido sentimientos encontrados como periodista. Primero que no tienen claridad en lo que ellos llaman lucha y, segundo, no provocan el interés ni siquiera de sus allegados, menos provocarán de los periodistas -ojo que en los medios de comunicación de Lima hay varios loretano que conocen la realidad amazónica y ni ellos han sido persuadidos por los marchantes. Tanto así que al cuarto día han tenido que hacer una ronda de “visitas” a algunos medios donde han sido atendidos por el caos que provocaba su presencia y no por el motivo de la lucha. Y no es que los reporteros sean insensibles a la situación precaria de la economía loretana sino que marchas así diseñadas provocan desdén informativo, para no hablar de quienes se presentan como voceros de un pueblo que nos les dio esa licencia. Negar lo aquí narrado sobre Alejandro Guerrero y Alfonso Rodríguez es dar la espalda a la realidad y continuar dando palos de ciego, nuevamente.