¿Quieren estar solos?
Llegamos a La Habana, Cuba, y respiramos libertad. La segunda tarde salimos con Percy Vílchez a coordinar la exposición “Época del caucho” que estará durante cinco días en la galería “Carmen Montilla” en el centro histórico de esta ciudad caribeña. Terminada la coordinación con la directora, Norma Jimenez, quien nos puso a Raúl Quiroga, un curador que lo resuelve todo con la sonrisa amplia y la palabra franca del caribeño nato, decidimos dar una vueltita por algún bar. Entramos de puro sapos al hotel Nacional, donde el show de cabaret y las mulatas de la orquesta me impresionaron en junio pasado y en cuyas salas bailaron, cantaron y todo lo demás Frank Sinatra, Alcapone, Lucky Luciano y otras joyitas más. Salimos de ahí y a pocos minutos ya estamos sentados con un par de cervezas brindando por todo lo bueno de la vida.
Ingresan dos damas. Una más bella que la otra. Una mulata y la otra blanca. Una alta y otra bajita. Se sientan al lado nuestro y, a pesar que le damos la espalda y tres metros nos separan, el cuerpo presiente que algo quieren decirnos. Total, ellas son dos y nosotros dos, ¿me entienden? Ya vamos por la tercera “Habanera”, la cerveza cubana más rica del mundo. Ya comenzamos a hablar de los proyectos de los siguientes años. Libros, exposiciones, viajes, periodismo, amigos que perdimos y los que nunca tuvimos. Pasan varios caballeros y una negra se despide con demasiada cortesía. Es la misma mujer que hace pocos minutos encontré en el baño de hombres en una posición nada varonil. Ella parece que se confundió de lugar y provocó mi confusión. La vi semidesnuda y gritó. Yo también grité. Cuando salió y me vio en la barra, exclamó: “ya puede entrar, mijo”. Se agradece, le dije pero no entré, por lo menos no en ese instante.
Las dos damas que ingresaron van a retirarse. Siento un cosquilleo en la espalda. Se detienen con garbo ante nosotros. La más atrevida lanza la pregunta a manera de invitación: “¿están solos?” Miro a Percy y respondo: Sí. No sé qué habrá pensado la mulata pero su acompañante lanza otra pregunta: “¿quieren seguir solos?”. Miro a la mulata y a Percy y respondo por él y por mí y no sé si por ellas: Sí. Nos quedamos solos, tomamos una cerveza más y cuando llegamos a la casa donde estamos hospedados el propietario al escuchar el relato con las damas exclama: “A qué le tienen miedo ustedes, chico, si esas mujeres lo que ofrecían es un poco de cariño”. Ustedes me entienden, ¿verdad?