La tragedia del último domingo que enlutó a varias familias peruanas y extranjeras ha vuelto a desnudar una serie de deficiencias que termina por seguir haciéndonos sentir frustrados.

Ocurrido el accidente fatídico se conoció que uno de los fallecidos era de Iquitos y enlutaba a una familia loretana.

Harvel Apagueño Simarra de 30 años perdió la vida aquel fatídico domingo. El loretano decidió ir a pasear junto con su enamorada Milagros Torres Curitima – aun delicada de salud tras el accidente- al centro de Lima, para lo cual invitó a su hermano quién se negó acompañar a Harvel.

La joven pareja decidió hacer un recorrido turístico en un bus descapotado de la empresa Green Bus, sin presagiar que uno de ellos iba en un paseo del que jamás volvería con vida.

Ocurrido los hechos, la madre de Harvel, Rocío Simarra conocía la trágica noticia a través del hilo telefónico. Su hijo, aquel muchacho que a los 18 años partió de su seno familiar en busca de mejores condiciones de vida había fallecido.

La humilde familia de la calle Ampliación Esperanza cda. 5  del asentamiento humano Simón Bolívar, era golpeada por la fatídica noticia en su humilde vivienda.

Inmediatamente recibieron ayuda del gobierno regional para que mamá Rocío y papá Jhonny viajaran a la ciudad de Lima, para traer el cuerpo del finado Harvel.

Mientras los padres se dirigían a la capital, las noticias desde Lima daban cuenta de la preocupación por el estado de salud de los sobrevivientes y la repatriación de los extranjeros fallecidos.

Horas después, empezaría el drama de la familia de Harvel.

La noche del pasado martes al filo de la medianoche, llegaba a Iquitos el ataúd con los restos del loretano fallecido. Era para no creerlo, los familiares tuvieron que gestionar para que un vehículo de serenazgo traslade el féretro desde el aeropuerto hasta el domicilio, en donde no había rastro alguno que anunciara el velatorio de alguien fallecido.

Este panorama empezaba a indignar no solo a los familiares y amigos de Harvel, sino a este columnista y colegas que permanecíamos en la vivienda.

Minutos después, los periodistas no podíamos creer lo que íbamos a presenciar. A la vivienda llegaba un vehículo de serenazgo trayendo consigo el ataúd con los restos de loretano Harvel, como si se tratase de un paquete cualquiera. Las muestras de dolor no se hicieron esperar.

La empresa de turismo Green Bus empezaba a mostrar su verdadero rostro. El inhumano e indiferente ante el dolor.

Los representantes de la empresa entregaron el féretro con los restos de Harvel a sus familiares, como si se tratase de un bulto en una caja de madera.

No asumieron los gastos de transporte y sepelio en su natal Iquitos, buscando hacerlo en Lima cual N.N a quien sus familiares no identifican ni reclaman.

Ya en Iquitos la solidaridad de los vecinos y amigos de la familia de Harvel no se hizo esperar. Juntaron dinero para poder alquilar una capilla velatoria y tras algunas gestiones recibieron ayuda complementaria del gobierno regional para el sepelio.

Ante este panorama vale hacerse varias preguntas: quién diablos nos defiende. Hasta cuándo la informalidad generará mayor desgracia de la ya generada. Es que acaso hay que ser ciudadano extranjero para que el trato, aun muerto sea diferente. No cabe duda que algo muy malo nos está carcomiendo el cerebro, que nos está llevando a la insensibilidad al punto que tenemos que presenciar historias además de tristes, indignantes.

Ojalá que alguien se digne en asesorar a la familia de Harvel Apagueño, pues más allá de algún beneficio económico que pueda obtener, es necesario que en este país los responsables de tragedias como la del cerro San Cristóbal, sean eso, responsables y humanos frente a desgracias como la del último domingo.

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