Protesta de cocineras
Los que en el gastronómico palacio de gobierno peruano despachan toneladas de salchichas de fina ternera, kilómetros de jamonadas, de mortadelas, de pasteles de jamón, de jamón inglés, de chorizo fresco o ahumado, de tocino ahumado o no, nada parecen saber de los 230 conflictos sociales que recorren este país culinario. En medio de tanto banquete diario, los que todavía tienen la sartén y la olla y los platos del poder, menos van a enterarse de un conflicto que se avecina en esta ciudad donde reina el pobre menú de dos soles. Ocurre que modestas y humildes vendedoras de comida del puerto Masusa amenazan con armar jaleo contra el alcalde de Punchana.
La afortunada empresa Embutidos Huaral S. A. no tiene problemas para facturar sus grasosos y envenenantes envíos a palacio. Pero acá las cocineras portuarias de cada día soportan la ausencia del servicio edil de limpieza pública. La recolección de desperdicios no llega a ese puerto populoso. Como consecuencia de ello, los baratos platos son preparados y servidos en pésimas condiciones de higiene. Si habitualmente comer es dañino para la salud, es peor comer rodeado de desperdicios que nadie recoge.
Entre la manera como se sirve el mejunje embutido en la nada modesta casa de Pizarro y los maltratos ediles a las vendedoras porteñas hay un abismo. El de la exclusión nacional. Las cocineras de la zona de Masusa se cansaron de trabajar en esas lamentables condiciones. No quieren seguir entre desperdicios. Acaban de decir que comenzarán su rol de protestas con una marcha. Así acaba de revelarse un conflicto más en el país. Los del actual régimen no renunciarán a sus suculentos y peligrosos embutidos como si gobernar fuera comer chorizos. Pero el señor Juan Cardama no debería imitar a los opíparos alanistas. Tiene que enfrentar la realidad cuestionada por las cocineras portuarias.