Cuando aparezca esta columna ya habremos votado en la península por segunda vez en menos de siete meses. Como es un régimen parlamentario y las fuerzas políticas no se han puesto de acuerdo para formar gobierno se ha convocado a una segunda elección y me parece bien. Hay que llegar a un acuerdo pero no forzarlo como muchas fuerzas retrógradas piensan que debe hacerse. En las negociaciones se construye o diseña, mínimamente, un nuevo modelo de país para los próximos años. Mientras no haya acuerdo que se siga votando, obliga a los partidos a afinar sus propuestas de cara a la ciudadanía. Les sirve para enmendar sus proyectos. Es más, en este tiempo de gobierno en funciones o en defunciones y con poco talante democrático demostrado porque no rinde cuentas al Parlamento – en este sentido, como cuesta y pesa los cuarenta años de dictadura en la vida política de un país. Decíamos que en esta pausa política la crispación social promovida por los grupos conservadores o del establishment  se ha menguado, a pesar me dios de comunicación como el diario El País, que cada día que pasa se parece a cualquier vulgar diarios de derechas atizando el miedo a sus lectores y lectoras sobre el futuro político. La democracia debería ser permanente deliberación no solo cuando se convoca a unas elecciones. Aquí en España los nativos de este país están poco acostumbrados a la deliberación dentro de la democracia por ese pasado autoritario. Es una asignatura que se tiene que remediar en la cultura política. Y estas segundas elecciones pueden hacer pedagogía en ese sentido. Ojalá se entienda así.

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