ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Yurimaguas, ese legado de yuris y omaguas, elevada a la potencia por la canción de Atilio Vásquez Alegría, a la que los poetas llaman “La perla del Huallaga”, forjada por originarios y españoles, es toda una melodía con varias partituras. Es una ciudad cauchera, chacarera, jaranera, y, en esa mezcla de identidades, encierra una sola que la hace única e inolvidable. Podría escribir más frases sobre ella, escudado o respaldado en la letra de ese señor o en los versos que provocó entre los poetas su idiosincrasia. Pero la idea es dar una relación por qué me gusta Yurimaguas.

Porque su catedral ha sido cambiada tantas veces como cambia la fe de los mortales y en su arquitectura colonial encierra una belleza simétrica externa, mientras que en su interior se percibe un signo de fe que va más allá de los fieles e infieles que visitan sus instalaciones. No es posible graficar la ciudad sin poner como fondo la catedral.

Porque desde aquel lejano año de 1982 en que la visité por primera vez, gracias a que le daba más o menos a la pelota, no la he podido sacar de mi mente y de mi corazón. Uno puede ir a competir en sus locales deportivos y perder, pero al final sale ganando porque se lleva una impresión positiva de sus habitantes.

Porque en su puerto, que no es necesario que nadie le llame canción, se puede disfrutar de una sopa de majás con su inguirito machacado combinado con su ají charapita que los altoamazonenses aseguran que es el mejor de todos los que se cultivan en la Amazonía. Esa combinación de carne, picante, cítrico, yerba y su yuca señorita, con su dosis exagerada de sal, es deliciosa. Aunque en verdad no hay palabra que grafique la sensación experimentada.

Porque en medio de su lucha por modernizarse ha tenido que prescindir de los monumentos que dejó la época del caucho y sus azulejos van desapareciendo gradual e inevitablemente ante la mirada indiferente de los que se quedaron y la mirada incrédula de quienes la vistamos frecuentemente.

Porque basta llegar a su territorio para que uno se sienta tentado a dar rienda suelta a sus apetitos gastronómicos con ese “cebichancho” inventado, donde se juntan el chicharrón y el cebiche con su dosis de culantro, y donde la doncella se convierte en cómplice para satisfacer el paladar del comensal.

Porque la humildad, casi emparentada con ingenuidad, de su gente es contagiosa y así uno se encuentra con un joven que en medio de las atenciones que brinda se ha dado tiempo para inventar un trago “que fue creado por mí, señor” donde confluyen aromas selváticos que le dan ese toque tropical que toda bebida requiere.

Porque en su biblioteca municipal se puede encontrar las variadas publicaciones de autores que nacieron en sus tierras y de los que sin haber nacido en ella han creído justo y necesario rendirle tributo inmortalizado en grafías que, juntadas con cariño y sentimiento, la muestran como tal.

Porque de tanto acudir a su biblioteca municipal me he topado con un trabajo monográfico donde creí encontrar al abuelo paterno que, con los estragos de las caucherías, celebraba su cumpleaños dando cerveza en baldes a sus caballos y se divertía cuando esos equinos se despabilaban con tanto alcohol en la sangre. Díganme si eso no es literatura.

Porque sus sacerdotes, oriundos y foráneos, tratan de contar la historia, juntarse con los fieles, saber de los infieles y conversar sobre lo que pudo ser esta ciudad que, bañada por el Huallaga, Paranapura, Shanusi y más, encierra en sus poblados auténticos defensores de la lengua nativa que han llegado o se han ido por Lagunas, Balsapuerto, Jeberos y otras riberas.

Porque en temas políticos-electorales los votantes siempre hacen que miremos su jurisdicción y desde fuera sintamos un orgullo familiar por su rebeldía contra el centralismo. De sus entrañas han salido congresistas y autoridades de alcance regional y nacional que, con todos sus defectos, han representado esa parte del territorio loretano necesario a tomarse en cuenta.

Porque han emprendido ese festival del achiote que es un ejemplo de organización y planificación inusual en Loreto donde desde meses antes de febrero ya saben lo que quieren y cómo lo quieren y entre pandillas y otros bailes contagian su alegría y color con el Ño Carnavalón.

Yurimaguas nos ha transmitido que la vaca loca y la festividad de la Virgen de las Nieves han pasado de ser una celebración netamente religiosa a convertirse en una algarabía sin igual, donde, con el pretexto de la oración, no se deja de lado el vacilón y los sacerdotes muestran sus dotes festivas públicamente.

Porque en medio de esa selva de cemento, y donde el progreso nos llena de fierros y concreto, un oriundo, salido de las aulas del Atanasio Jáuregui, ha decidido elevar una infraestructura que no tiene nada que envidiar a los que se aprecian en los catálogos de otras ciudades. Todo ello con un servicio excepcional con la marca llamada Marco Ángulo.

Por su gente, por los ancestros, por las festividades, por lo que ha sido y será, Yurimaguas es una ciudad cuyo sobrenombre, “La perla del Huallaga”, queda corto, porque es más que eso. Es un lugar al que uno siempre desea volver.

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