ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Pucallpa, siempre fue vista por los iquitinos -ese era el gentilicio que le gustaba usar a Javier Dávila Durand- como la hermana menor. Aquella que, aun logrando la mayoría de edad, siempre debiera estar bajo la tutela que la cronología impone. Claro, desde el punto de vista centralista de los que vivíamos en la ciudad capital. No quisimos darnos cuenta que las ciudades tienen su propia dinámica. Y en esa dinámica Pucallpa se independizó y es hoy una de las ciudades amazónicas más importantes. Cada vez que uno vuelve a la capital de la región Ucayali la nota en constante cambio. Al dejarla, siempre me envuelve la inquisidora pregunta: ¿por qué me gusta Pucallpa?
Pucallpa me gusta porque…
Tiene una plaza llamada Lupuna donde no sólo está un inmenso árbol del mismo nombre, sino que alrededor de ella abundan los ficus. Como si toda esa naturaleza no fuera ya de por sí atractiva, mientras se camina por ella se puede apreciar un chullachaqui, un hombre amazónico, un literato que se esconden en medio de las ramas.
Tiene una calle que lleva el nombre de Jorge Nájar, premio Copé de Oro de 1984, en poesía, y un vecino al notar la presencia del escritor solicita una foto y en breves momentos nos cuenta su vida de migrante. Es un homenaje a la poesía, a la literatura, al escritor y a la identidad.
Tiene una calle ancha, bulevar pues, donde uno camina mirando y dando la espalda al sol, disfrutando la brisa de la ribera y en la que los pobladores pueden bañarse bajando por una escalinata y disfrutan del río, del agua, en familia.
Tiene un mercado con dos pisos en el que se puede encontrar, en el primero, los productos de la zona y de los otros medianamente ordenados. Mientras que en el segundo piso están las vendedoras de pescado ahumado, suri y una zarapatera con casco de motelo incluido. En medio del humo y los olores de hoja se puede alzar la mirada y ver el Ucayali con su serpentear.
Tiene una sede de la Universidad Nacional Intercultural de la Amazonía (UNIA) que, en distintos lugares, ha levantado centros culturales que son difíciles de encontrar en alguna ciudad de la Amazonía y, además, edificó una sede central con un auditorio con elementos de la zona que destaca por sus espacios y comodidades. Y, en medio de esa infraestructura, está la biblioteca y ambientes para el desarrollo humano sin hacinamientos ni añadidos improvisados.
Tiene una sede de formación de maestros bilingües que está juntito a la UNIU con espacios cómodos y delineados de tal forma que uno se siente dentro de una ciudad en medio de la ciudad y puede pasearse con la tranquilidad aromática que los bosques amazónicos proporcionan.
Tiene avenidas anchas donde se han colocado bermas centrales, en donde los arboricidios son impensables; y, de diversos tamaños, está llena de vegetación que le hace sentir realmente a uno que está en la Amazonía sin estar preocupado que le arranchen alguna pertenencia.
Tiene un paseo peatonal en el que caminar es un placer y en donde se conversa desinhibidamente con la o el acompañante de turno mientras otros ciudadanos están sentados en una canoa y otros descansan bajo la sombra de unas palmeras cuyas hojas caen estacionariamente. Es la comprobación que la madera bien tratada puede mantenerse en la intemperie y servir como complemento de todo el paisaje.
Tiene una esquina de platos de comida regional donde un pango de bagre, gamitana, palometa u otra especie llega con la seguridad de ser “de río”, no de piscigranja, acompañado con su arroz, frejol e inguiri como manda la tradición amazónica, y, claro, su chapo o refresco de tapisho o camu camu. Si no gusta de los pangos ahí está el sudado en doble plato porque uno es insuficiente para el tamaño de la presa.
En una de sus calles encuentro a Luis Gonzáles-Polar Zuzunaga, Puchín para sus amigos, siempre con su optimismo a prueba de todo pesimismo que la realidad infantil invade en una sociedad tan cercenadora y mutilante. Unos minutos con Puchín bastarán para salvarnos del desánimo y la somnolencia crónica en la que a veces nos quiere sumergir la realidad.
En sus cabinas radiales y televisivas existe un dinamismo periodístico, y qué mejor que los reencuentros con antiguos y nuevos colegas que le dan al oficio, en medio de los rumores comunes y corrientes, una dosis de profesionalismo que devuelve la creencia en que no estamos ante lo más vil pero tampoco en la más noble de la carrera.
En sus calles se puede conversar con Welmer Cárdenas y Sara Ríos como si fuéramos ciudadanos del mundo sin caer en el detalle que estamos con dos personajes que conocen tanto de la ciudad que se podría publicar su historia en varios tomos.
Encuentro a escritores que conservan libros añejos que tienen en sus páginas frases y párrafos que mantienen su vitalidad y jovialidad.
Encuentro publicaciones en homenaje a personajes inolvidables hechas a dos, tres manos que inmortalizan la buena escritura y perennizan la buena conversación, la buena crónica, la buena poesía.
Las hermanas Lozano: Piedad, Dani, Estela y Mirna han descubierto nuevas formas de preparar la cecina y envasarla al frío con ají charapita, pachamanca y otras especias y lo ofrecen con una sonrisa tan pícara como auténtica que no he visto en otros rostros femeninos y, lo que es mejor y motivador, los clientes que lo prueban ya no pueden prescindir de esa rica cecina.
Así que, por su comida, su gente, sus escritores, sus plazas, sus periodistas, sus calles, su mercado, por todo eso me gusta Pucallpa.
Por eso me gusta Pucallpa. Y ya para dejarla, comienzo a pensar cuándo volver. Por eso, por sus calles y su gente hay que volver a la Tierra Colorada, siempre.