La presencia de estos lepidópteros no fue bien recibida en casa. Sus vuelos se hicieron más frecuentes e irritantes. Estábamos mejor sin ellos la verdad. Pero estaban y teníamos que asumirlos a estos ingratos polizones de las hojas amarillentas. Antes de la partida traté de limpiar los lugares donde presumía que ellos podían estar y estaban. Me tracé un plan. Primero, iría a los rincones con libros y folios sueltos. Efectivamente, estaban allí. Me empleé a fondo para desalojarlos. No crean que fue una decisión fácil la del desalojo. Me planteó un mar de dudas y problemas morales, fue un descalzaperros morrocotudo. Me explico para no confundir. En esos días había repujado una nueva mensura de la definición de seres vivientes y que necesitaban protegerlos, si dentro de esta nueva definición debería incluir a los animales. Por ejemplo, en esa nueva comunidad animada incluir a los más fieles amigos de las personas humanas, los perros o gatos. A los perezosos, los delfines que de alguna manera también muestran ciertas emociones e inclusive tienen un lenguaje propio. Eso lo tenía medianamente claro. Bien, verán que no es un camino fácil. Me preguntaba sí en esa misma ampliación de fronteras de la comunidad pudiera incluirse a estas polizones de los folios, las engorrosas polillas ¿entrarían dentro de ellas? Recuerdo la anécdota que en una entrevista al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, mientras contestaba una pregunta al periodista, una mosca atravesó el set de televisión y él, muy seguro de sí mismo, la cogió de un sopapo y la mosca no volvió a volar. Seguidamente, recibió ponzoñosas críticas de los defensores de los animales por tremenda crueldad animal. Su manotazo había herido a la comunidad moral de seres vivientes ¿me pasaría eso a mí con mi reciente rediseño de fronteras de seres vivientes? Me mortifiqué por unos días pero tenía que tomar una decisión. No podía estar en el limbo porque los lepidópteros podrían darse un banquete con tantas hojas de libros disponibles. Hice un poco de tripas corazón y opté por desalojarlas. Aunque confieso que la decisión todavía me escuece. 

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