Por: Moisés Panduro Coral
Una fotografía lo dice todo. La imagen en la que se ve a PPK y Alan García estrechados en un abrazo puede servir para dar varios mensajes a la sociedad peruana tan urgida de que sus líderes y gobernantes den ejemplos de madurez reflexiva, de congruencia entre la prédica y la práctica, de sensatez en la toma de decisiones, de unidad en torno a propósitos superiores y a objetivos comunes, de certidumbre en el destino del Perú.
Una primera lección es de que “conversar no es pactar”. El legendario Ramiro Prialé, un huancaíno de estirpe popular que durante muchos años padeció hambres, destierros y cárceles por sus ideales y su militancia aprista jamás tuvo una frase de rechazo al diálogo ni siquiera con sus adversarios de la plutocracia, de los gobiernos y de las dictaduras que le persiguieron. Antes bien, para la recuperación de la democracia en 1956, dialogó con sus antiguos perseguidores y ha dejado para la posteridad esa famosa frase que hoy debe enarbolarse como lema de la concertación en una sociedad tan frágilmente valórica y tan atomizada políticamente como la nuestra.
Una segunda lección es de que debemos hacer política con P mayúscula. Cuando el gran Ramiro Prialé concertó con el gobierno y con otros líderes políticos, no lo hizo para beneficiar a un grupo de poder, para sacar un provecho personal, o para canjear prebendas y favores particulares. Prialé concertó poniendo por delante los intereses supremos y las prioridades del país que, en ese tiempo, eran: la libertad de los cientos de presos políticos apristas y su regreso al seno familiar, la consolidación y fortalecimiento de la democracia como sistema de gobierno, el no unánime al golpismo militar; la realización de las reformas públicas, económicas y sociales, así como la concretización de los grandes proyectos para el desarrollo nacional que el aprismo propugnaba desde 1931.
Una tercera lección es que concertar no es una cuestión de imagen o de cálculo electoral. En cada elección vemos que -instados por algunas organizaciones no gubernamentales- los candidatos presidenciales, congresales, regionales y municipales firman sendos documentos, actas de compromiso, acuerdos de gobernabilidad y otra papelería más que nunca se ponen en práctica. La concertación debe constituirse en un hábito político, transversalizado por la transparencia, la buena fe, el altruismo, la utopía colectiva, el amor por la tierra. La concertación no debe ser un “dame que te daré”; debe ser hecho concreto y no sólo papel y tinta, más acción y menos verbo, asumir compromisos más que pedir concesiones.
Y una cuarta lección es que el compromiso asumido –en la forma como nos lo enseñó Ramiro Prialé- de ninguna manera representa un cambio de camiseta, no es tampoco sumisión política, ni encubrimiento de corruptelas e insuficiencias. Es fundamentalmente cooperación, asistencia, servicio, firmeza de convicción y, junto a esa firmeza, el reconocimiento a la valía de los demás; es diseño y construcción de oportunidades de mejora para el pueblo al que los políticos con P mayúscula sirven. Nuestro Ramiro -el granítico de los Andes- concertó con adversarios encarnizados del aprismo, fue diputado por una coalición nacional apro-odriísta, tuvo grandes amigos en todos los partidos, pero en la vida se cambió de camiseta. Llevó sus ideales hasta el fin de sus días, mantuvo su militancia hasta su muerte, y por eso mismo, es en el siglo veintiuno un nombre y un apellido trascendente para la historia y la política peruana.
Para algunos, el abrazo de PPK y Alan es difícil de entender porque estamos acostumbrados a mirar las cosas con los ojos de la politiquería, es decir de la política con p minúscula, la política de la superficialidad, la ligereza, y -cuando no- la intriga y la bajeza que andan de moda en el Perú.