Plata como cancha

Hay plata como cancha para que un politiquero chanflón y despreciable siga gobernando la municipalidad de Trujillo. Todo es cuestión de saber manejar la mermelada. Las sustanciosas comisiones que seguramente recibe le sirven para seguir friendo al electorado con su propia manteca y para que él siga abultando sus cuentas y prosperando su patrimonio. ¿Qué son -para este envilecido sujeto que se reclama moderno y contrario a los políticos tradicionales-,  unos cuantos cientos de miles de soles gastados en comprar canastas de víveres o convertidos en billetes menores para dárselas de dadivoso bienhechor repartiendo o haciendo capillo del efectivo entre la gente, si él ve la política sólo como un método de asalto al presupuesto público y de expoliación de las arcas de un gobierno local?

En realidad, desde los inicios del fujimontesinismo esto de los regalos convenidos y llenos de la más alevosa hipocresía es una práctica nacional común éticamente abominable, pero electoralmente efectiva en el propósito de captar miles de votos de gente “agradecida” por la dádiva recibida de algún farsante de la bondad. Sin embargo, es en las regiones, provincias y distritos donde la situación es más espantosa. Los movimientos políticos denominados independientes -pueden haber excepciones- se han constituido en auténticas empresas individuales en las que los inversionistas negocian contrataciones de obras, adquisiciones de bienes y servicios, y colocación de funcionarios propios en puestos claves para que el dinero público fluya hacia los bolsillos de los mercaderes de la política sin ningún obstáculo. Son maquinarias electorales bien aceitadas con el sebo sucio, negro y pestífero del dinero mal habido, de la sobrevaloración, de la triquiñuela legal, del pacto malandro según el cual hay plata como cancha.

Indudablemente, hay plata como cancha en la faltriquera de la politiquería. Por eso es que los propietarios de esos negocios pueden iniciar una campaña electoral de rebuznos mediáticos con más de tres años de anticipación; una campaña electoral maquillada de benevolencia con los más pobres, aderezada de banderitas y de mapas marcadas en conciencias compradas, matizada de frases más postizas que una biblia en las manos de Vito Corleone; una campaña electoral infectada del virus de la usura porcentual, salpicada de ese tufillo infantil propio de dueño de la pelota, machacada de spots de sonrisas espurias y de frases de circo, plagada de lugares comunes de la mayor vulgaridad que en el colmo de una comedia trágica regional llaman bases a promotores con jornal, convocan a marchas solidarias o de tranquilidad con planillas de beneficiarios en mano; un escenario malévolo donde los actores de reparto intentan esconder sus oprobios computándose ellos mismos como injuriados.

Hay plata como cancha, claro que sí. De qué manera más va a ser en el reino de las planillas fantasmas de maestros cuyas firmas fueron falsificadas por otros para financiar la “tranquilidad” de fines del segundo milenio. Cómo no va haber plata como cancha en la politiquería que ha hecho de la extorsión y el chantaje laboral su feudo personalizado y en donde la dignidad de la persona humana se vuelve una hilera de ceros a la izquierda en manos de ignorante bufo. Es esa politiquería la que carcome municipios y regiones enteros, la que apolilla las rendiciones de cuentas en el zaguán de formatos aburridos y de aplausos pujados, la que bombardea una ciudad entera para pintarla de Guernica destruida y ensangrentada sin espacio en el tiempo de la competitividad, la que postula y titula de visionarios a quienes subastan estudios cuya verosimilitud tiene lectura sólo en el papel quimérico de su avaricia.

Es esa politiquería la que hace veinticinco años viene devorando millones de soles en los gobiernos locales y regionales, la que con su ineficiencia ha motivado que el 90% del fondo de compensación municipal sea licuado en gastos corrientes, la que ha hecho que el canon petrolero se diluya en acciones intrascendentes para los fines del desarrollo; la que cínicamente arguye y pregona que las inversiones que el gobierno central realiza desde el 2006 en su jurisdicción distrital, provincial o regional es producto de sus desvelos, de sus ardorosas gestiones, o; peor aún, la que le dice al ciudadano que lo que ve como obra de infraestructura, como servicio mejorado, como programa social, como proyecto productivo o como donación es plata del canon petrolero que el pueblo le ha encargado administrar eficientemente. ¡El cinismo de los negociantes de la política no tiene límites!

Hay plata como cancha, cómo no, en el dominio de esa mojiganga que entiende la política en los mismos términos que se entiende una tienda de remate. ¡Llévese barato nomás dos tangas por el precio de una! ¡Adquiera usted su equipo de sonido y pida su licuadora de yapa! ¡Gane ahora mismo una olla arrocera comprando por encima de equis soles! ¡Por liquidación le regalamos estos cinco polos a precio de locura! Ahí está la lógica financiera y electoral de la politiquería: tanto pago, tanto me gano; tanto invierto, tanto exijo; tanto de plata pongo, tantas obras me tocan; tanto de dinero reparto a los pobres, tantos votos aseguro; tantas obras te doy, tanto me toca de comisión.

Pues bien, esta forma de ver la política permite que un político “no tradicional” como el inenarrable alcalde trujillano afirme, muy suelto de huesos, que hay plata como cancha para comprar el puesto político que tu deseas. ¿Qué quieres ser?: ¿regidor, congresista, consejero, alcalde, presidente regional, presidente de la República? Sólo es cuestión de que juntes plata como cancha y tus deseos se verán cumplidos a entera satisfacción del cliente. Al diablo los ideales, al carajo los principios, al infierno la pedagogía política, estas cosas raras, sofisticadas y románticas, son para fanáticos.