La gente que toma frases mías fuera de contexto o retorciéndolas en nombre de alguna causa reivindicatoria, lo que es una gran excusa para calmar a los monstruos de no sé que abismo que tienen dentro. Inútil pedir reconsideración o rectificación por ello, porque como sabemos, eso no va a suceder. Ellos nunca se equivocan, solo yo. Ese es mi destino. Piloto de aeroplano soy.
Atareado por el sacha jetlag que nos traslada –con transbordo obligado en Lima- a Arequipa y la nocturnidad que todo periodista goza me encuentro con un texto de José Carlos Yrigoyen, el escritor y crítico literario que publica semanalmente en Peru21 y a quien tuvimos la oportunidad de conocer hace varios años cuando Tierra Nueva organizó un recital poético en homenaje a Ernesto Cardenal, que llegó especialmente desde Managua y que gozó tanto como nosotros de la selva y su gente. Pido a Yrigoyen permiso para reproducir su texto y él, cordialmente, lo hace. Así que leamos juntos lo que escribió:
No suelo responder a la gente que me insulta por face. No lo hago porque como dicen, es darles color, eterniza un círculo de agravios que no tiene ninguna utilidad para nadie y solo sirve para que uno descienda al nivel desde el que salió el primer epíteto. No me nace, no tengo ganas. Hace tiempo que prefiero aclarar las cosas por vías más directas, o mejor, no hacerlo nunca, si es posible evitarlo.
Tengo de todo: 1) gente que me insulta directamente en sus estados, esperando la inevitable cadena de agravios que eso va a generar. 2) gente que, en un afán candelero, me pasa los estados y sus respectivas conversaciones por inbox, cuidándose mucho de que no me las pierda en su integridad. Ojalá fueran así cuando alguien escribe algo bueno sobre mí, pero esas, no sé por qué, siempre se les olvidan. 3) gente que no me nombra pero pone todas las señas necesarias para que me sienta completamente aludido. (como estoy yo haciendo ahora) 4) los diez o veinte haters de siempre que cuando ven un estado donde se me agravia llegan como pirañas sedientas de sangre (la mía) para decir las cosas de siempre de las que se quejan, sobre todo de que los he bloqueado. Claro, bloqueo a la gente que vive pendiente de la primera oportunidad de hacerme leña o la que aquí es muy sonriente conmigo pero le pone like a estados donde se me insulta. Es natural y terapéutico querer tenerlos muy lejos de mí, y la verdad, me parece una gran ostra que encima protesten porque no estoy dispuesto a leer sus floridas diatribas. 5) La gente que he bloqueado o sacado de aquí pero por una cuestión de ego que nunca comprenderé, dicen que ellos me bloquearon primero. Está bien, si eso los hace sentir mejor les prometo guardar el secreto. 6) La gente que toma frases mías fuera de contexto o retorciéndolas en nombre de alguna causa reivindicatoria, lo que es una gran excusa para calmar a los monstruos de no sé que abismo que tienen dentro. Inútil pedir reconsideración o rectificación por ello, porque como sabemos, eso no va a suceder. Ellos nunca se equivocan, solo yo. Ese es mi destino. Piloto de aeroplano soy.
Como dije, he decidido hace mucho tiempo no contestar insultos con insultos, porque hacerlo es masajear el ego del ofensor. Y francamente, a estas alturas, un insulto más o uno menos me da lo mismo. La verdad, a veces los leo con un poco de satisfacción: ¡ese tipo me ha dedicado todo un estado en decirme miserable o fascista! ¿Cuánto tiempo le habrá tomado pensarlo, darle forma, escribirlo, esperar con los ojos líquidos y expectantes que le contesten y le den la razón? Me siento honrado, no siempre, pero en ocasiones me pasa. Lo que sí les puedo asegurar es que nunca gastaré un estado en agraviarlos a ustedes como hacen conmigo al recordarme lo mucho que me desprecian. No se esfuercen porque no va a pasar. No tendrán mi odio. Y esa es su tragedia, no la mía.
ESCRITO POR: José Carlos Yrigoyen