Una de las expresiones más banales de la vida son las redes sociales y sus malos usos. Es una de las metáforas de la vida líquida en la cual estamos sumergidos y nadando como peces en el agua. Dicen que detrás de estas redes sociales están los servicios de inteligencia de los imperios – la pesadilla orwelliana del Gran Hermano que conoce lo mínimo de ti está hecho realidad, pero la gente parece omitir ese dato. Y siguen mostrando sus intimidades sin pudor y con vergüenza ajena para los demás [se exhiben sin freno]. Es muy curioso que cuando busco un libro por internet segundos después me llegan avisos relacionados con el texto que estaba buscando ¿casualidad?, ¿ha sido el azar? Alguien me contó una historia digna del melodrama por la red. Mientras una pareja de feliz matrimonio se mandaba liricas declaraciones de amor en su cuenta de FB, colgaba fotos de los tortolitos, acrósticos románticos aliñados con versos de Amado Nervo, buen rollo, hasta que un buen día la cuenta se nubló. Se escuchó un grito desgarrado. La amante del marido no pudo más y con dos palabras deshizo el hechizo de amor. Claro, el quedó como un papanatas y con ganas de cerrar la cuenta. Es más, la pelea enconada se produjo entre las dos amantes revelando en la gresca las intimidades de las parejas que eran para sonrojar hasta al Marqués de Sade. Para gritar ¡sálvense quien pueda! Mientras todos los espectadores leían cada día el nuevo capítulo de ese culebrón. Pero la cuestión no quedó allí. El mientras el marido se hacía el muertito – esa boca no es mía, emergió como un zurriagazo el testimonio de un amante del marido. Es decir, todos se engañaban. Caían truenos y rayos alrededor de la pareja o parejas. Al pata ya no le pregunté más sobre esta historia digna de un melodrama a la que la especie humana es muy aficionada. Mostrar la intimidad en la red tiene costes, ojalá aprendamos.