Será porque siempre relacioné el periodismo con la escritura que me cuesta concebir a alguien en este oficio que no sepa combinar los adjetivos y sustantivos, que la clasificación de las palabras es un ejercicio permanente, como los números son para el contador. Será también por esa “falla” de origen que no existe día en que no escriba una frase completa y que me obsesione terriblemente cuando veo la página en blanco en el ordenador. Por esa misma condición, con cierta arbitrariedad, creo que quien no puede construir una frase coherente no tiene derecho a llamarse periodista. Y en ese camino publicar las noticias siempre que tenga dos ingredientes imprescindibles: Verdad y relevante. En todo eso pensaba cuando leo, como todos los días, lo que escribe Aldo Mariátegui. Y al referirse a su paso por El País como becario recuerda que “SIEMPRE se nos inculcó publicar TODO lo que sea cierto y relevante”. Cierto y relevante, lo demás es viruta.
Eso sería el fondo de nuestra cotidianidad. Pero también hay problemas de forma. Y, como una feliz coincidencia, encuentro en el último artículo de César Hildebrandt, una añoranza del periodismo policial, a raíz de la muerte de Carlos Ney, el Carlitos de “Conversación en la Catedral”. Y en esa añoranza hace una referencia a Emilio Bobbio, ese grande del periodismo policial: “Don Emilio podía leer “Madame Bovary” en francés, para que vean cómo hemos retrocedido. Así se resume el asunto: nos empezamos a hundir cuando, en una redacción, alguien dijo “quiero que me DEAN esa comisión” y nadie lo echó a patadas. Dicen que el periodismo está en crisis. No, los que están en crisis son los periodistas, antes parientes, aunque sea lejanos, de la cultura, y hoy miembros de hordas que reducen cabezas en nombre de la igualdad”.
Como una tarea semanal busco a Juan Manuel Robles, ese cronista que combina la docencia universitaria con la escritura de novelas, y leo: “Los periodistas y editores somos esos seres raros que crecimos midiendo textos, acomodando titulares en rectángulos diminutos, batiéndonos en duelo de esgrima con el diagramador, ese joven de humor malo que te pedía cortar frases con frialdad de guillotina. Lo hacemos desde mucho antes de las computadoras: el número de caracteres fue en otros tiempos la cantidad de golpes de máquina. El periodismo es, entre otras cosas, una asignación de palabras, líneas o carillas. Uno juega con lo que tiene y aprende a economizar recursos”.
Cuando uno salía de las aulas universitarias y tenía la categoría de practicante era una regla que te enviaran a la sección Policiales porque ahí tenías calle. Ya las aulas quedaban atrás. Había que poner en práctica lo aprendido y en esa sección recibían tus escritos para tirarlos al tacho. Porque no servían para ser publicados. Había, pues, cierto control de calidad. Hoy no existe. E, indagando, me topo con cifras mínimas de lectoría del semanario de Hildebrandt. Digo: un pueblo que no lee a César Hildebrandt está condenado a la mediocridad. Añado: Unos colegas que no leen a Juan Manuel Robles harán cualquier cosa menos periodismo. No hay que asustarnos por la situación. Porque se pondrá peor. Ya lo verán.