En mis paseos diarios suelo observar a la gran diversidad de personas con mil ocupaciones y pensamientos que van y vienen en distintas direcciones. Pero siempre me detengo a observar a las personas que van con el móvil en la mano, maleta de rueditas y siguiendo una ruta hasta su destino final. El móvil ha cambiado mucho nuestras conductas y vamos a los sitios a tiro hecho. Muchas veces no se disfruta del entorno, de perderse, de esa sensación de vacío y abandono a la vez. No es como hasta hace unos años que con una guía o mapa sacabas las coordenadas e intentabas llegar al sitio. En este ínterin te podías perder, preguntar a una persona, dudabas de la información que te daban porque el mapa decía otra cosa, llegabas a los lugares más insospechados o te topabas con diferentes personas. Observabas el paisanaje. Pero todo eso se ha perdido. El caminar ha perdido ese encanto. Hoy se ha abandonado esa cualidad de perderse en la ciudad (“no tengo tiempo” es la frase de oro en estos tiempos de cansancio), de conocerla más, de saborear sus esquinas. Hoy con el móvil y el mapa llegas muy rápido. Confieso que muchas veces no sé leer los mapas y la distancia del mapa con la realidad me confunde; cualidad que tiene F, su cultura urbana es más de mapas. En cambio, soy más de datos del entorno. Una tienda, el nombre de una calle, un edificio emblemático y con esas señas llego sin problemas al lugar que debo llegar. Así conozco más la ciudad, me adentro más en ella, la pulseamos mejor. Pero estamos perdiendo esa cualidad de urbanitas de perdernos y conocerla, al mismo tiempo, la ciudad. Recuerdo que la ciudad de Lima llegué a la conocerla así, perdiéndome en calles y avenidas que no conocía. En Madrid me dejo llevar por sus calles, me fascina dejarme llevar. Lo tenemos hoy todo muy masticado, ya no hay ese esfuerzo que aguzaba nuestro sentido de orientación y como no, de las emociones. Nos encanta vivir en nuestras burbujas virtuales y el móvil en la mano.

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