Pendejos todos

Pendejos quienes amamos el fútbol y en su nombre queremos buscar argumentos, coartadas, supercherías y amarres para que nuestro venerado deporte no se manche con la muerte de Walter Oyarce, el barrista de Alianza Lima que murió asesinado en un placo del Estadio Monumental de Ate.

Pendejos quienes odian el fútbol, porque a partir de la muerte de Oyarce buscan encontrar las conexiones precisas para embarrar una vez más al deporte de sus tormentos, para sacar a relucir todos sus complejos y su fobia a una actividad que probablemente nunca lleguen a comprender (y menos apreciar) 

Pendejo ese dirigente-presidente-gerente de club que dice que no tiene la culpa de nada, que no sabe nada, que todo el caos que se genera día a día en sus instalaciones, entre sus jugadores, las cifras en rojo de sus libros de contabilidad todo es un invento del equipo contrario, una exageración de la prensa, una mala visión de la opinión pública.

Pendejos todos esos sinvergüenzas que desde todo el tiempo, ese ex congresista que come mucho, que compran matones, que fajan a las barras bravas, que se nutren de ellas y después abren la puerta a la barbarie. Ellos, sí, los que arman la mafia, desatan el incendio y buscan impunidad a toda costa.

Pendejo ese congresista que ahora cree es dueño de la verdad sobre seguridad ciudadana (a partir de una lamentable tragedia familiar) o esa congresista voleibolista que no tiene idea de casi nada y pide, como si estuviera hablando de mallas o puntos, del cierre de estadios.

Pendejos los barristas, las Trincheras, los Comandos y demás, donde los ciudadanos llegamos como hechizados por el influjo de la horda, donde dejamos por un lado los pudores de la civilidad y nos entregamos al delirio de la tribu, al paraíso de la pasta, el alcohol y los tacles.

Pendejos todos esos malandros, delincuentes, ladrones, fascinerosos que usan las barras bravas para armar su templo del liderazgo, que usan los colores de un equipo como espacio para hacer el mal, para generar maldad, para infringir leyes, para zurrarse en las reglas de la convivencia.

Pendeja la constructora, la administradora del Estadio Monumental, que no puede dar seguridad, no puede explicar cómo no es posible grabar en sus cámaras de vigilancia el momento mismo del asesinato. Pendejos, dobles, triples, por pretender limpiarse feamente del embrollo.

Pendeja la prensa, que busca sacar provecho al máximo de la tragedia, que se comporta como carroña, que hurga en medio de la nada y saca lo peor del momento para lograr raiting.

Pendejos, miserables, quienes usan las relaciones públicas y los “contactos” en medios de comunicación con el fin de limpiar a quienes han acudido corriendo a sus oficinas para ver cuánto cuesta “asesorar la imagen” de un sindicado por asesino.

Pendejo el Loco David, hijito de papá, niñato que se esconde en su plata y en su nombre para hacer lo que le da la gana, delincuente en proceso (o consumado), ejemplo claro de que cuando tienes plata en este país puedes creer burlar la justicia (que es lenta o tuerta o monse o corrupta), puedes tener asesores que te digan cómo conducirte ante la colectividad, que te consigas abogados que por miles de dólares traten de atarantar jueces o confundir argumentos.

Pendejos todos esos comentaristas deportivos que no explican realmente cuál es el verdadero sentido de la muerte de Walter Oyarce, que se refugia en vaguedades y tonterías para justificar que no se cierren temporalmente los estadios.

Pendejo esas portadas con la cara ensangrentada de Oyarce en la prensa escrita, supuestamente la no chicha, pendejísimo ese programa que usa sus contactos con los barristas para lograr primero sus titulares y nunca colaborar con el esclarecimiento de un crimen, pendejísimo ese conductor bigotón que habla compungido y saca todo el arsenal de mierda para sus televidentes dominicales.

Pendejo el Cholo Payet, que cree que puede convencer a la gente que no tiene nada que ver en este asunto, que poco y menos se presenta como angelito, con la complicidad de su patita ahora en la tele, que tiene la cara tapada con mosaico pero no duda en salir haciendo lo que mejor sabe, la de imbécil abusivo y pasuchi, en la miniserie de su pata de la tele.

Pendejos esos policías que dejaron ir a los asesinos de Walter Oyarce a pesar de haberlos tenido cercado.

Pendejos los que creen que cerrando estadios se soluciona un problema estructural que tiene podrido no solo al fútbol, sino a la sociedad peruana, esos que creen que jugando los partidos a puertas cerradas lograrán atajar los atisbos de demencia de los malditos embusteros.

Pendejos quienes creen que este es un problema de jóvenes sin educación, marginales, postergados. Ahí están sus grandes gansters del momento: “gente bien”

Pendejos los que creen que el fútbol es suficiente justificación como para que en cada partido se tengan que desplegar cinco mil policías para proteger la seguridad de los asistentes.

Pendejos los que intentan acabar con la violencia en el fútbol apelando a esa guerrilla de apelativos, insultos, maldiciones, imprecaciones y lisuras en la prensa, en la radio, tele o en las redes sociales.

Pendejos todos nosotros, porque aún no hemos logrado entender todo el problema que conlleva la violencia en un país dominado por la injusticia, la discriminación, la exclusión y donde a cada rato la vida o la integridad de una persona está en riesgo cuando decide asistir a un estadio de fútbol y, por obra del bizarro destino, encuentra a sujetos como el Loco David o el Cholo Payet, flamantes representantes de la impunidad made in Perú.

8 COMENTARIOS

  1. Amigo, desde la tragedia del estadio nacional en la decada del 60, nada hemos aprendido, nuestra descgracia es peor. Ud. olvida tantas y muchas expresiones de violencia en los estadios, recuerda algun miembro de la Marina que lanzo un fuego artificial y fue a dar en el ojo de un pobre adolescente. Las barras, son bandas y las bandas estan incrustadas y persisten porque son marginales financiadas por los clubes . Problema que fue resuelto en otros paise, donde la violencia era mayor . No se trata de ser «pendejos», sino «estupidos» que aun no han aprendido a frenar la violencia.
    No se trata de blanquitos o de color, la estupidez es democratica.

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