PELIGRO EN EL HORIZONTE

En uno de los primeros escritos redactados desde la aldea de Iquitos, don Federico Alzamora estuvo en contra de la colonización porque la presencia de forasteros iba a incrementar la violencia. El oficio fue escrito el 16 de octubre de 1868, a 4 años del arribo de los célebres barcos que cambiaron radicalmente y para siempre el rostro de ese lugar. Y no era ese sitio bucólico, apacible, cercano al bosque y a tantas aguas. Tenía sus tensiones y sus conflictos flotando en el ambiente. A esas alturas del partido el litigo más visible era entre los afuerinos y los lugareños. Las cosas han mejorado desde entonces en el arte de sacarse mutuamente la mugre.

En el presente, la violencia en Iquitos no es moco de pavo. Enconos, broncas, peleas, se cruzan y atropellan diariamente haciendo papilla al difundido Dios del amor que dice una conocida canción. El diablo de la reyerta verbal o física nos agobia. En el ejercicio de la política es donde se observa con mayor ímpetu esa violencia que casi ya no tiene llenadero ni contención. Y en ese contexto turbulento aparece esa especie de sicarismo, de asesinato, que ya no es novedad ahora. La ciudad divertida, bulliciosa, hospitalaria no es más. En todo caso no es toda la urbe como dice la fama. En el otro lado de la luna, ahora cualquier persona puede recibir su puñalada, su balazo, e ir con su orquesta a otra parte. El crimen se está volviendo una costumbre que escandaliza un rato y luego todo vuelve a la aparente calma.

Y ese es el peligro. Las sociedades afectadas por la violencia solo reaccionan cuando es demasiado tarde. Lo que sucedió en Colombia, lo que viene ocurriendo en México comenzó como jugando. Luego el espiral fue indetenible y esos países tuvieron que vivir en el miedo generalizado. El miedo todavía,  aquí y ahora, no es dominante. Pero a ese paso no tardará en llegar.