Pasión y amor

Nadie lo hubiera creído. Y cuando digo nadie, es nadie, diría Mario Moreno, el Cantinflas que todos llevamos dentro. No soy supersticioso pero si se me cruza un gato negro me vienen a la mente ideas catastróficas que me llevan a la muerte trágica, como si ya de por sí la muerte no fuera eso. No soy cabalístico pero así como a marzo le relaciono con las cosas malas a junio le tengo como el mes de las buenaventuranzas, y no solo por las fiestas sanjuaninas sino porque, entre otras cosas, el último día de este sexto mes del año se ha concretado –hace ya la friolera de 19 años- un proyecto personal que germinó en las aulas universitarias y concretó en los primeros años del ejercicio periodístico.

Nadie lo hubiera creído. Que 228 meses después, que 912 semanas anteriores, que 6,935 días-hombre y que 166,440 horas hemos estado metidos en lo que ha sido esta criatura. Esta alma en pena que no encuentra cadenas. Este cuerpo que en los avatares de las noticias no encuentra sosiego. Las cifras a lo garcíamarquez pueden continuar. Porque ¿saben? en este diario somos seguidores inconscientes del Nobel colombiano porque a veces mandamos al diablo a la gramática y la sintaxis es nuestra y de todos. Somos sus seguidores pues, como lo somos del sartrecillo valiente que ya sea en una buhardilla o en un cubículo puede emprender las historias más novelescas que un ser humano pueda concebir. Y somos seguidores de Cardenal, ese Ernesto que nos abrumó con su modestia o ese empinador del codo que es Alfredo Bryce, o Bryce a secas, que habrá que juntarlo algún día con Eloy Jáuregui para dar rienda suelta a toda la jauría que tenemos dentro y embriagarnos por todo lo alto con los Gustavo, los Bill, los Said, que de alguna forma han parido a esta criatura o, en el mejor de los casos, le han ayudado a andar. Y desde dentro tenemos que agradecer por estos 19 -aunque quieran chocarla para la salida- al cachorro Moisés, al nunca exiliado Miguel y al nunca ausente Tintaya como al siempre presente Paco y con ellos a todos los que se fueron sin irse. Y entre los nuestros, a los que estuvieron y ya no, o a los que –espero- nunca ser irán como el Poeta –con mayúsculas señores- y a ese equino del periodismo que no solo goza con el oficio sino que sufre con las vacaciones necesarias.

Nadie lo hubiera creído. Que tenemos una sala de redacción añorando esa PC individual donde se escribía, diagramaba e imprimía las pruebas de nuestros pinitos en el diarismo loretano. Pero aquí estamos. Iniciando una nueva locura. Sí, yo le llamo locura a todo esto. Porque las grandes cosas no es cuestión de cuerdos, la cordura va para los laboratorios, no para las redacciones. Hay que tener alguito de orate –no digo heroísmo, palabreja que me resulta pendeja, sorry por la rima- para lanzarse reincidentemente a la piscina de la información en la prensa escrita en tiempos en que los europeos ya comienzan a hablar de ciudades sin periódicos- para escribir en los tiempos que la gente ya no tiene ganas ni siquiera de leer.

Nadie lo hubiera creído. Que varios junios después afirmaría que todo lo que tengo -y mucho de lo que soy- se lo debo a esta profesión que unos llaman oficio y que me ha permitido conocer las bondades y miserias humanas. Ni yo, muchas veces, me la creo, porque esa idea pensada entre chuchuhuasis y clavohuascas en las embobadas cerca al mar con los discípulos(as) del claustro ya es una realidad. Que esta actividad me ha dado las mayores satisfacciones sociales que uno se imagine y me ha hecho perder cientos de saludos pero me ha dado por lo menos un amigo que ya es una compensación por los años de servicio, un cts virtual, si quieren. Ha habido harta tela que cortar pero nunca hemos terminado cortados. Ha existido varios kilómetros de padecimientos y desveladas ante la dicotomía de las prioridades noticiosas y las portadas desprejuiciadas. Ha habido de lo otro, sin duda, pero en el saldo del recuento, de la lista de mejorías siempre estaremos en azul por una razón simple, o simplona si prefieren: que todo lo que hacemos alrededor de esta creación tiene el tufillo inevitable de la pasión que mezclada con amor es la combinación perfecta que un alquimista logra con la plata y el oro. Serio, así se resume esta aventura iniciada en junio de 1993 y está bien que lo repitamos. Pasión y amor. Lo firmo en toda su extensión.

Este lunes les entregamos un especial. A nuestro estilo. Ya lo verán como yo lo estoy viendo. Lo ojearán y hojearán. Y ojalá sientan lo mismo que palpamos nosotros en la redacción y en los talleres: mucho amor, harta pasión. Y por eso no solo estamos vivos sino que nos sentimos vivos, que es lo más importante.