En un viaje de rutina escuché a una persona, por el acento y por lo que apuntó parecía extranjera, al subir al autobús le dijo al conductor “ocho entradas individuales, por favor”. Por lo que hablaban y reían entre ellos, efectivamente, eran extranjeros que no hablaban castellano. Bueno, el chófer le entendió y le expidió los ocho billetes de sus acompañantes. Inmediatamente, en mi cabeza se revolucionó con esa anécdota o incidente acerca sobre este, presuntamente, anodino viaje en autobús – no olvidemos que era un viaje y en esos viajes podemos encontrar anécdotas que ilustran la vida me reprochaba. Aquí en esta parte de la península ibérica dirían, billetes en lugar de entradas como dijo la guía de esos turistas, me parece que tradujo mal de su lengua originaria al castellano. Con la palabra billete hay una relación digámoslo así más crematística, contractual. Se paga por el viaje en la ciudad sea este largo o corto. En Perú y otros lugares diríamos pasaje. Y esa palabra sí tiene una relación más poética. Entre los significados que da la RAE de pasaje está la acción de pasar de una parte a otra o sitio o lugar donde se pasa. Mi padre me contaba entre las anécdotas sobre el crecimiento urbano de la ciudad que en Isla Grande había varios autobuses – con nombres muy singulares como el de la vaca lechera, la colmena, la abeja, la selva y la avispa, uno subía se subía a ellas y se encontraba con una orquesta de música que tocaba canciones melódicas durante todo el viaje, el casco urbano de la ciudad era muy diferente al de ahora; cuando me contó alucinaba, no pensé que eso ocurría en Isla Grande. Era todo un acontecimiento subirse al autobús. Esa anécdota creo que recoge o le da contenido a la palabra pasaje más del contenido netamente contractual. La música de fondo era un viaje que se hacía por la ciudad, era de paseo, un divertimento con los patas o con la novia. Eso era antes que llegaran los bulliciosos motocarros y la ciudad perdiera el norte y está donde está ahora.
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