La muerte del Papa Francisco ha generado una ola de reflexiones sobre su liderazgo al frente de la Iglesia Católica. Su funeral se celebrará el próximo sábado en el Vaticano. Su legado, sin embargo, ya se ha instalado con fuerza en temas clave: la defensa de los pueblos pobres, la preservación de la Amazonía y la lucha contra los abusos dentro del clero.
Francisco eligió su nombre inspirado en San Francisco de Asís, y esa elección marcó su ruta: humildad, sencillez, amor a la creación y firmeza ante la injusticia. Desde el inicio de su papado, mostró una profunda sensibilidad social. Escuchó. Actuó. Denunció.
Uno de los pilares de su legado fue su defensa de la Amazonía como parte esencial de la “Casa Común”. En su encíclica Laudato Si’, llamó a proteger el planeta desde una mirada integral. La Amazonía, señaló, es clave para el equilibrio climático, el ciclo del agua y la biodiversidad global. Pero también es un territorio amenazado por la minería ilegal, el uso de mercurio, el petróleo y la corrupción estatal.
Francisco denunció el envenenamiento del agua, el derecho humano más básico que muchos no tienen garantizado. Alertó sobre el daño a los pueblos originarios, quienes además de perder sus tierras, ven afectada su salud y sus culturas.
La teóloga y filósofa Birgit Weiler recordó cómo Francisco rescató el concepto de “Casa Común” desde anteriores pontífices, pero le dio fuerza profética. El Papa vio en la Amazonía no solo un bosque, sino un territorio con voz, historia y dignidad.
En 2018, visitó Puerto Maldonado, Perú, donde escuchó a dirigentes indígenas. Participó del Sínodo Amazónico y dejó claro que el cuidado de la Amazonía es un deber moral, político y espiritual. Francisco dijo que la colonización aún no ha terminado, solo ha cambiado de forma. Señaló una nueva “prepotencia” que se disfraza de progreso, pero que violenta a los pobres y depreda los ecosistemas.
Otro frente importante fue su rol en la lucha contra los abusos dentro de la Iglesia. La periodista Paola Ugaz compartió su experiencia investigando al Sodalicio de Vida Cristiana, organización religiosa fundada en Perú que cometió múltiples abusos físicos, sexuales y psicológicos durante décadas.
Francisco escuchó. Reconoció sus errores iniciales. Pidió perdón públicamente por no haber atendido antes a las víctimas. Posteriormente, envió una misión al Perú para verificar los hechos denunciados. En 2024, suprimió oficialmente al Sodalicio, una decisión inédita y simbólica.
Francisco fue más allá. Expulsó a sus principales líderes y ordenó transferir toda la información económica a autoridades en EE. UU. para investigar posibles delitos financieros. En palabras de Ugaz, “nos cambió la vida. Si no fuera por él, estaríamos presos”.
Francisco diferenció el pecado del corrupto. “Al pecador arrepentido se le perdona; al corrupto no, porque vive del mal”, solía decir. Para él, la corrupción es el cáncer que destruye a la Iglesia desde dentro.
Pese a la oposición interna, Francisco nunca retrocedió. Rompió silencios. Enfrentó a sectores que querían enterrar verdades. Sostuvo que las víctimas tienen prioridad. Reconoció que la Iglesia debía una reparación a quienes fueron abusados o ignorados.
Tanto Weiler como Ugaz coinciden en que Francisco deja una valla muy alta. Su sucesor no la tendrá fácil. Las resistencias ya se mueven. Cardenales sancionados, sectores conservadores y organizaciones como el Opus Dei buscan recuperar influencia.
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