Soy el séptimo de siete hermanos. Lo que en lenguaje regional se da en llamarse huinsho, es decir último de la serie. Y, claro, Julia Judith ha tenido que soportar las palomilladas y malacrianzas de cuatro mujeres y tres hombres porque la ausencia del padre en varias etapas de su vida eran prolongadas y en la existencia de todos se implementó un matriarcado, cuyas particularidades recién nos entraríamos muchos años después que Carlos Toribio se fuera de ese mundo.

Si cierro los ojos y pienso en la primera imagen que se me viene de mi madre les contare que no puede ser una sino varias. La primera de ellas es la de una mujer echada en la cama sin levantarse todo el día por una dolencia renal que le provocaba lágrimas por el dolor que le producía. Solo esa dolencia la postraba porque el resto de su vida se pasó trabajando para llevar algo de comida a la boca de sus hijos. La segunda imagen es la de una mujer sentada al frente de la máquina de coser pedaleando y haciendo pedalear a quien le obedecía con la finalidad de cumplir con la entrega de indumentaria para los ancianitos del asilo. Se pasaba más de doce horas en ese plan y a ello atribuía los dolores renales. Después de la costura venia el proceso de planchada que se hacía con una a carbón que se calentaba a fuego lento y que ella misma hacía con el mismo apuro con que pedaleaba. Díganme, amigos lectores, si mi madre no era trabajadora.

La tercera imagen que tengo de ella es persiguiéndome por toda la cuadra para alcanzarme unos latigazos. No era muy frecuente esa escena debido a sus múltiples quehaceres más no al incumplimiento de los quehaceres diarios. Ella era la que implantaba la disciplina en la casa porque tenía impregnado en su cerebro el sentido de la responsabilidad que -con algunas excepciones- no fue capaz de transmitir a los que engendro.

La cuarta imagen que conservo de ella es riéndose hasta el llanto, con los ojos cerrados y chinitos. Ya sea por una ocurrencia de sus hijos o por algún recuerdo que le venía a la mente en las charlas familiares. También la vi llorar. Sin duda. Pero esas lágrimas las dejamos para otro momento porque hoy no estamos ni para llantos ni melancolías deprimentes. Hoy estamos de fiesta, por lo menos sus hijos y demás familiares. Porque hoy cumple 75 años. 15 de ellos a sin la compañía del amor de su vida, mi padre.

Y por esta fecha he dejado que mis dedos recorran las teclas del ordenador para que el sentimiento invada mis palabras. Porque todos los 21 de mayo desde hace varios años me detengo un instante antes que empiece el día y doy gracias al infinito por haberme dado una madre así. Sin adjetivos. Solo una madre así. Y estoy seguro que lo mismo harán a su manera Doris en tierras europeas, Lula que por estas horas debe estar en el aire rumbo a un destino pasajero, Silvia que ha trasladado al magisterio todo lo que en responsabilidad ha heredado de quien le pario allá en el fundo Estrella, Naty que con el paso de los años se va convirtiendo en la madre de todos por sus desvelos y consejos por vernos bien, Ángel que con sus ajetreos menos complicados que los míos tendrá que darse el espacio necesario para ser recíproco con el ser querido y, Juan Carlos que fue el primero que engendro y que cada vez se parece más en todo al esposo que tuvo Julia Judith.

Por eso he querido escribir otra vez sobre mama. Porque nuevamente estoy lejos de ella en este mayo, debido a los compromisos que nunca faltan y que son motivo de sobra para dedicarle estas líneas.

1 COMENTARIO

  1. No hay cosa mas, hermosa, a aquellas que florecen del sublime amor que una madre brinda a sus hijos….Aunque nos tardemos en reconocerlo.
    Un abrazo

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