Nuevos cuentos chinos
El escriba Abraham Valdelomar, pese a lo posero que era, escribió bastante. Escribió, por ejemplo, unos cuentos urticantes contra los que mandaban y mamaban en el Perú. La obra recibió el nombre de cuentos chinos, pero nada tuvo que ver con los orientales. Hoy, considerando los avances del caos y del subdesarrollo y aprovechando la coyuntura alcantarillista, se puede escribir unos nuevos cuentos chinos pero sin mencionar ni al chino de la esquina, ni al chino en quiebra. Menos a los chinos de la obra fatal pues ellos no realizan labores físicas, ni manejan las grúas feroces. Solo se dedican a supervisar y, como es lógico suponer, a cobrar el molido.
La flamante obra comenzaría con una mención a los infinitos e incontables montículos de tierra y cascajo, los forados abiertos en las pistas, las aguas estancadas en cualquier parte, los basureros incrementándose a cada hora. En ese caos diario los personajes principales deberían ser los señores alcaldes. Ellos, por facultad de la ley, están obligados a tomar medidas para defender a sus lugares de cualquier agresión. Para limpiar, para ordenar, para mantener el orden. Pero en los nuevos cuentos chinos esos burgomaestres no hacen absolutamente nada.
Y lo que es peor, en forma subdesarrollada, conchuda e inepta, los alcaldes se matan acusando a los orientales de ser el infierno tan temido. En vez de resolver los problemas que aquejan a sus lugares, dicen que los chinos son los grandes culpables de los males que ellos no pueden resolver. Los nuevos cuentos chinos que nos cuentan los ineptos alcaldes de esta ciudad son una disculpa, una huida de la propia responsabilidad. Es el viejo recurso de trasladar la propia culpa al otro. Es seguro que la obra no será auspiciada por ningún municipio, ni por los chinos del alcantarillado, ni por nadie. Pero tiene que ser escrito en el término de la distancia.