Busquemos una nueva corriente de pensamiento
Escribe: Lic. Werlinger Montes Panduro
Es increíble lo que la superstición logra en un ser humano sin un poco de sentido común: un ser mortalmente siniestro o un sujeto increíblemente asesino.
No me puedo imaginar viviendo en la ciudad en pleno siglo XXI bajo los efectos de una cultura que los escombros han ido sepultando paulatinamente. Aún no puedo concebir que la mente citadina arrastre los estragos de una mezcla de “estupidez española y confusión indígena”; ¿todavía seguimos navegando en ese río que nunca llega a ninguna orilla? Bueno, los mitos están allí para explicar algunas razones elementales de las creencias en los albores de la humanidad. Se justifica en un momento histórico del mundo cuando la razón no era lo suficientemente convincente, sensata y analítica; pero la superstición es una manera ambigua, intrépida, barbárica de interpretar las cosas, de darle razón a todo lo que sucede, lo que nos sucede, y por qué no nos sucede lo que esperamos que suceda. Considero pertinente dejar esos vicios racionales y pensar con mayor determinación en las cosas del mundo. No puede ser que sigamos pensando que las razones de cada cosa que nos sucede sean supersticiosas. Ojo, y no digo mito, porque el mito tiene su lugar racional, pero la superstición es una falsa idea de justificar ciertas actitudes que operan en el cerebro y que orillan en la holgazanería, en la negligencia, la desidia, la irracionalidad, la obnubilación, la superchería, la cobardía y hasta la desesperación. Creo que ya es tiempo de erradicar estas formas minimalistas, pesimistas, tremendistas de creer en el mundo para hacernos de un nuevo pensamiento, uno más concreto y cuerdo acorde con el tiempo, la época y la realidad que vivimos. Enseñar a pensar a los niños y a cualquier ciudadano común objetivamente.
Muchas veces la superstición ha perdido humanos geniales. Escritores que no han logrado trascender por estas razones. Se vuelven temerariamente miedosos que hacen lo máximo para fracasar.
No tengo datos específicos sobre este tema, pero les voy a relatar algunas crónicas para que se ilustren adecuadamente.
Estaba de viaje por San Martín, en sus principales ciudades y un día me subí a un mototaxi para ir al barrio Las Lomas a visitar a un pariente y el conductor me contó la siguiente anécdota:
Antes pues joven, aquí había una señora gordita que vendía bastante caldo en el mercado; todos los mototaxistas lechuceros, incluyéndome íbamos a tomar nuestro caldo en la mañanita, para reanimar el cuerpo pues. La seño vendía bastante caldo. Tenías que ganar asiento porque sino te quedabas sin parte. Ella acarreaba sus cosas al mercado durante la madrugada, se acomodaba en su mesa y en dos horas ya no había ni una sola gota de sopa de las tres olladas: hacía caldo de carne de monte, de pollo y de res. Nadie sabía su secreto. Pero un día se hizo tarde y cuando una cosa va a suceder todo está juntito, tiene fuerza. Como siempre yo le esperaba en la vereda de su casa, yo era su transportista personal, y a ella le gustaba porque le hacía sus gustos. No aparecía la condenada. Cansado de esperar me fui a ganar algunos pasajeros; después de un rato regresé por si acaso, y le vi parada en la puerta de su casa con su cara toda inflada. Yo acomodé sus cosas en mi “fierro”, se embarcó y agarramos la calle ancha que se llama Fernando Belaunde y nos fuimos rumbo al mercado, pero cuando estábamos a punto de subir la loma que lleva al mercado, otro colega me chocó y las tres ollas de caldo se fueron balalán al suelo, en media pista. Todo el mundo vino a ver el accidente. Yo estaba magullado, la señora gritaba mis manos, mis manos; todos pensamos que sus manos habían sido cortadas, destrozadas; pero no paisita, ella buscaba las manos de muerto que llevaba en cada olla de caldo, las encontró y sin pagar pasaje, sin recoger sus ollas, desapareció, paisa. Nunca más la volvimos a ver.
Cuando viajé a Requena a un festival cultural me encontré con esta otra crónica:
Así es amigo, aquí pasan cosas que uno no sabe, que uno no se explica. Ella era mi vecina, doña Gudelia, tenía un hijito de tres añitos. Este niño se había enfermado muy grave que no podía sanar, ni su madre le quería llevar al doctor diciendo que ella le curaría y que los médicos son una sacadera de plata (bueno en muchos casos tiene razón, así se hacen de fortuna) y que ella con sus curiosidades le va a curar. Hasta que no sé de dónde saco la historia que el agua le había cutipado y que tenía que llevarle al río todas la mañanitas, entre claro y oscuro, sin que nadie le vea y sin conversar con ningún mortal; esta operación lo repetía todos los días hasta que supersticiosamente saliese el mal del cuerpecito del niño, pero nada amigo, al cuarto día el niño murió de neumonía.
Y así podemos ir describiendo los exabruptos que en el nombre de la superstición se comete, por ejemplo de este joven que de muy crédulo mató a su novia porque según él escuchó voces que las zurdas son demonios. El chico que por no pasar por debajo de unas escaleras en una vereda (realizaban el mantenimiento de rutina de los cableados eléctricos) se fue a caer en una zanja, fracturándose los tobillos, y así hay una larga lista de sucesos sin datos porcentuales ni registros que me pone a pensar que a veces por tener arraigado en nosotros ciertas formas de pensar, terminamos pagando un precio muy alto en determinaciones tan simples como respirar, comer o simplemente vivir.
Señores lectores, padres, madres, amigos, en cosas materiales, enseñemos a pensar de una manera más racional. Todas las cosas tienen una razón de ser. Todo tiene una explicación hasta la cosa más ínfima puesta a propósito en el universo; en este concierto, nada está suelto. Solo es cuestión de pensar un poquito más y acudir a donde se debe en el momento preciso y las cosas se darán de una mejor manera.
Muy interesante tus crónicas, reflejan las creencias irracionales que de una o otra manera es parte de las culturas de pueblos o naciones. A seguir escribiendo con la impetuosidad que veo lo caracteriza
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