En su reciente visita a la floreciente Iquitos y sus flacos y groseros carnavales, el flamante líder del novísimo partido Perú Más, o menos, después que salió bien librado de la palmera fatídica, quiso relajarse como un simple turista, un modesto visitante que no tenía grandes aspiraciones de dirigir el complicado Perú. Así que decidido tocar la flauta de costumbre, instrumento que domina a la perfección como todo el mundo sabe. El concierto se realizó en la vieja glorieta y lo primero que entonó el ilustre visitante fue aquello de tocata y fuga, en ingeniosa o velada o disimulada referencia a la agarrada femenina que le convirtió de la noche a la mañana en un candidato de envergadura, una amenaza para los políticos tradicionales, un estorbo para los mismos independientes.
En lo mejor del recital melódico, que algunos intonsos confundieron con una retreta militar de antaño o de hogaño, surgió la macabra noticia del hallazgo del dedo que ayer inundó las redacciones periodísticas. Sus altos asesores, gentes celosas de la integridad pepekuyense, sintieron que algo extraño sucedía en la campaña. En el aire placero, en el ambiente de esa noche iquiteña, flotaba un ambiente macabro, una intromisión peligrosa y espeluznante. Era como los siniestros opositores hubieran contratado a alguien, un sicario o un brujo, para que les aguara la fiesta musical. De manera que optaron por la retirada preventiva.
Cachaciento, canchero, algo socarrón, PPKuy frenó la huida de sus huestes. Y no perdió el ritmo ni olvidó las notas, pese a que miraba fijamente a ese dedo abandonado por alguien que medía 7 centímetros y que nadie sabía a qué mano había pertenecido. La prodigiosa flauta se hizo cargo del hallazgo en el acto. Entonces PPKuy varió su melodía, emitiendo una especie de responso, de despedida final, porque se había perdido para siempre a un posible votante.