La súbita aparición del gremio de vendedores de eso que ponían las gallinas y cacareaban, no se limitó a decir que esos huevos eran el mejor alimento del mundo. En una muestra de exceso, de intolerancia, ejecutaron una furiosa manifestación callejera bombardeando con fuego graneado de cáscaras frescas. La principal víctima de esa agresión fue el local del Partido Culinario del Perú que en realidad era una sede de comida al paso. Muy pronto, en la ciudad donde abundaban las diferencias, los desacuerdos, los conflictos por cualquier cosa, se impuso la perniciosa costumbre de discutir a cascarazo limpio. Mientras las cascaras de huevo iban y venían como en un campeonato insólito, apareció Gastón Acurio cargando un gallo, una gallina y un par de robustos pollos.
En una tumultuosa conferencia de prensa el líder de la cocina nacional explicó que mejor que los huevos promisorios eran los animales ya grandes, ya crecidos. Luego enumeró los suculentos platos que se podían preparar con cada uno de esos animales, incluyendo a los pollos que en su momento iban a crecer para ofrecer su apreciada carne avícola. Horas después los abogados de los movimientos iquiteños que tenían esos símbolos de gallinero presentaron una denuncia contra Gastón Acurio por apropiación intelectual. El juicio no demoró mucho en echarse a andar y se convirtió en uno de esos espectáculos mediáticos de nuestro país de la novelería.
Los serios y documentados picapleitos de la parte denunciante no mostraron alegatos, argumentos. Lo único que hacían en las concurridas audiencias era cacarear, escarbar, hacer como que subían encima de imaginarias gallinas y cantar con sentimiento como gallos luego de presentar el video donde un conocido candidato cantaba como garañón. El veredicto de los probos jueces fue el pago de una millonaria multa. Y esa suma hizo que el Partido Culinario del Perú cambiara de destino.