Noticia de un zamarro
En la tuerta tradición del golpismo latinoamericano no cabe el alcalde amazónico Francisco del Aguila. Es más que los gorilas o los patriarcas de la gran patria boba. Era un mazorquero más novelesco que nadie hasta la fecha, más bochornoso que cualquier ambicioso uniformado y más digno de la desatada inspiración de un escriba local. Hacia 1882, en la fidelísima Moyobamba, se alzó en armas. No para sacar de cuajo a un mandatario, sino para derrocar a don Tadeo Terry que era prefecto en ese entonces. Es decir, del Aguila no aspiraba gran cosa, no volaba tan alto, no buscaba mucho, sino una simple cargo subalterno. Y de la remota provincia. Qué personaje más formidable y en estos avernos.
En el presente, los burgomaestres pueden ser golpeados por sus mismos antiguos partidarios como acaba de ocurrir con el lesionado Charles Zevallos. Vacancia le nombran a ese zarpazo. El que debe ser vacado, por la justicia por lo menos, es un acalde que más parece un zamarro. Escribimos sobre don Julián Vásquez, alcalde del distrito de Joaquín Capelo. En la aldea remota, en el pueblo pequeño, la corrupción es más notoria. Los controles habituales no existen o tardan una eternidad en llegar. Y la población sabe de malos manejas y solo atina a quejarse echado en su hamaca, hasta que las cosas llegan al extremo violento.
El singular caos de la edilidad de Maynas, espinoso y refrito tema cotidiano, episodio caricaturesco de todos los días, viene fomentando el olvido de los desaciertos consistoriales en otros lugares. Y eso no puede ser, como la demostró la colega Luz Marina Herrera en reciente informe sobre el distrito de Fernando Lores. Nosotros, en esta nueva era hemos escogido al citado por mérito propio. Uno de esos logros al revés, mal de tantos alcaldes cercanos o lejanos a la ciudad, es que casi nunca está en su lugar. Anda por lo general en Iquitos. ¿Qué tanto hace lejos de su sitio, de su condado de gobierno edil?