Bajo este cielo gris y encapotado de Lima me fui a visitar a un amigo en la Universidad Católica, el es profesor allí, me invito para comer/ almorzar. Nos volvíamos a ver después de unos meses cuando él estaba de paso por Madrid y en un peregrinaje por librerías, sin querer, conocimos las salas del Tribunal Supremo de ese lado de la península. La invitación a comer me produjo sentimientos encontrados en un primer momento. Volvía luego de mucho tiempo a ese centro de estudios donde estudie por unos años, confieso que fue una grata experiencia. El telón de fondo de esos años era la violencia política o conflicto armado interno en que estaba envuelto Perú en esos momentos de nuestras vidas. Conforme me acercaba a la universidad la encontré transformada, como el taxi vía Uber que contrató uno de mis sobrinos para que me acercara a la universidad. El taxista conducía callado y muy correcto. Los de mi tiempo eran hablantines, a veces, daban la murga porque querías silencio. La costanera donde transitaban pocos carros, hoy está sumergida en un trasiego de coches que van y vienen. Se ha transformado tanto que me pilla con el pie cambiado. Mientras caminaba, a posta muy despacio, dentro de la universidad para saborear y oler las huellas del ayer, percibía que las áreas verdes las habían recortado y había ganado por goleada el cemento. Agrede a la vista la construcción grotesca, que apabulla los sentidos. Recuerdo que cuando ingrese a la universidad uno de mis objetivos era trabajar sobre la responsabilidad extracontractual a favor del ambiente, sobre todo quería aplicarlo a un caso concreto en la floresta. Leí cuanto pude mientras estaba allí. También pude dar rienda suelta para leer artículos y libros sobre Historia del Derecho, otra de mis pasiones. Conocí a algunos buenos compañeros como un barbado muchacho de la biblioteca con el cual conversaba, de libros y novedades bibliográficas, cada vez que me iba a sacar un libro. Todo eso pasaba en una universidad que era una ínsula de cara a la violencia política que se vivía entonces y el verdor de sus avenidas me daba ese sosiego necesario en tiempos difíciles. Hoy brillan por su ausencia y perturba el cemento. Una pena. Con cierta tristeza admito que un trozo de la memoria histórica ha sido cercenado.