Cuando trabajaba por la zona del pueblo Kukuma Kukumiria, por el Marañón, me topaba en circunstancias que me removían desde los pies a la cabeza. Una de ellas era que en algunos caseríos una persona con sus aparatos para proyectar vídeos recorría esos lugares y durante su estancia proyectaba películas muchas veces bajo la noche de la maraña, previo módico pago. Ante el déficit del Estado esta persona suplía ese gran vacío. Además que era una sala de cine al natural todo un privilegio que cualquier urbanita quisiera tener. Esas circunstancias son las que guardo en la memoria como un tesoro. En mis vacaciones infantiles en Iquitos, cuando vivíamos en Lima, recuerdo que en el barrio una vecina, muy comerciante ella, cobraba para ver televisión, los niños y niñas hacíamos cola porque el aforo muy limitado. Es que la proyección de imágenes siempre nos ha subyugado, somos voyeur por naturaleza. Bajo esta misma premisa, de la subyugación por las imágenes, en la Filmoteca Española en la estación estival se erige el cine de verano. Se proyectan películas bajo la noche madrileña. Con unos amigos siempre vamos como un ritual de homenaje al cine, a la Filmoteca cuyo edificio me recuerda a los cines de mi infancia y a la cuadrilla de cinéfilos. Esta vez la película elegida fue una iraní A través de los olivos (1994), dirigida por Abbas Kiarostami. La historia que se relataba era la de un director en un pueblo que filmaba una película después del tremendo terremoto que asoló ese país. Ese era el pretexto porque lo que en verdad quería contar el director era una historia de amor de dos jóvenes y la situación en que se encontraban los desplazados del terremoto. Un joven enamorado y cabezota quería casarse con una joven que le rechazaba. Los motivos eran varios: que no era instruido, que no había construido una casa, el rechazo rotundo de la abuela entre otros sacados de la manga. A pesar de esas negativas el persistía y persistía. No daba su brazo a torcer. Y toda esta historia de amor se recreaba en los descansos de la película que filmaba el director en el pueblo. Casi en el epílogo aprovechando que la joven regresaba a su casa caminando del lugar de la filmación él la sigue para volver a insistir en su intención matrimonial y la cámara registra esa situación desde lejos, se llega a divisar dos puntos en el horizonte. No se sabe a ciencia cierta sí la muchacha le dijo sí o no al insistente imberbe. Es un final abierto bajo una noche de Madrid.

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