Era setiembre de 2007. Yo estaba en una sala de Palacio junto con varios funcionarios del gobierno de entonces que habíamos sido convocados para intercambiar experiencias, críticas de mejora y aportes acerca de cómo lograr la eficacia de los programas sociales en virtud a la meta de reducción de la pobreza en 20 puntos trazada para el quinquenio que le tocó gobernar a Alan García.
Estaba Alan junto a varios ministros, explicándonos dichas metas y su imprescindible relación con las proyecciones del crecimiento económico, cuando en eso, su edecán se acercó cautamente a entregarle el celular. Alan interrumpió su intervención para entablar comunicación con alguien al otro lado de la línea. Por la cautela del edecán y la inmediatez con la que el Presidente contestó el celular, deducimos que la llamada tenía que algo que ver con un asunto muy importante.
Después de unos minutos de conversación telefónica, Alan retomó la palabra, hizo un paréntesis en la conferencia que estaba dictando y nos comunicó que en ese momento, procedente de Santiago de Chile, estaba aterrizando el ex presidente Fujimori en la base aérea de Las Palmas en Lima extraditado por la justicia peruana. Nos confesó que había instruido al ministro del Interior, Luis Alva Castro, a fin de que la llegada del ex dictador a dicho terminal aéreo y luego a la Dirección de Operaciones Especiales a donde fue trasladado en helicóptero, se realice sin presencia mediática y con la discreción que el caso ameritaba, evitando en todo momento se le filmara de cerca.
“Estas son las paradojas de la vida, compañeros, dijo. Lo primero que hicieron Fujimori y Montesinos cuando dieron el golpe del 5 de abril de 1992, hace quince años, fue asaltar mi casa con tanquetas y soldados para intentar asesinarme, irrumpieron el poder judicial para poner a sus propios jueces y reabrir casos en los que fui absuelto y que ya tenían condición de cosa juzgada; me insultaron y crearon una leyenda negra durante diez años usando una prensa comprada con el poder del dinero que es efímero; buscaron mi extradición acusándome de delitos sin prueba alguna, con comisiones investigadoras que andaban por todo el mundo, falseo documentario y grandes titulares en sus diarios chicha”
“Miren lo que pasa ahora, continuó: el que quiso extraditarme en su gobierno, viene ahora extraditado en mi gobierno. Por eso creo en la historia, no importa cuando tiempo pase, al final la historia te absuelve. Sin embargo, esta constatación del veredicto de la historia no tiene por qué obnubilarnos, ni crear en nosotros regocijo por los adversarios caídos que antes nos persiguieron. Hay que procurar ser grandes, tratar de alcanzar la grandeza de Haya de la Torre que tuvo un inmenso espíritu superior para sentarse en una mesa con sus antiguos persecutores y dialogar con ellos por la democracia y el futuro del Perú. Eso no se entendió en su tiempo, como tampoco se entenderá ahora el por qué Alan García ha tratado a través de medios lícitos de que Fujimori, su antiguo perseguidor, no sea expuesto mediáticamente, ni sufra menoscabo en su condición humana“.
Palabras más, palabras menos, eso es lo que nos dijo Alan esa tarde en Palacio. A mi memoria vino el recuerdo que como producto de la persecución de Fujimori, Alan no pudo asistir al entierro de su padre en 1994. Arreciaba la dictadura.
En la noche, en mi habitación del hotel donde me alojé, pude ver en los noticieros de televisión que efectivamente las instrucciones de Alan se habían cumplido con cierta rigurosidad. Las imágenes del arribo del extraditado Fujimori eran escasas y las tomas eran lejanas. Es más, hay un momento que estaba siendo transmitido en directo desde lejos por un canal de televisión, con acercamientos hechos con el zoom. En el instante en que Fujimori desciende de la nave para abordar un vehículo, un camión se interpone entre la cámara y el objetivo, impidiendo que se siguiera la secuencia.
Esa grandeza es lo que nos falta hoy en el caso de Ollanta Humala y Nadine Heredia. No sirve de nada exponer a la pareja a una humillación mediática, francamente innecesaria. Más allá de un acto de justicia, será la historia la que se encargue de condenarlos por sus actos. Es la opinión de un militante que está lejos de odios y rencores.