Cuando ya nadie se acordaba de la aparición de Azusena, este columnista tuvo la suerte de encontrarla en su propia casa. Era la hora alta de la noche y ella apareció en el viejo mueble de palisangre donde desde hace muchos años escribo sin piedad. Apareció como viniendo del aire de las tumbas donde había vivido hasta hace poco y trataba de seducir a los vecinos que alguna vez le habían violado. Azusena estaba vestida como siempre y reclamaba un pago por haber salido tantas veces en los diarios, especialmente en Pro & Contra. Nadie hasta ese momento se había percatado en realidad que esa mujer era un fantasma con deudas. O una mujer exhalando sus propias culpas hasta el fin de los tiempos.
En el mundo de las sombras, en el mundo de las penumbras perpetuas, la vida tiene un costo nada barato como en el mundo de acá, el de los vivos y vivísimos y Azusena era una pobre criatura expulsada de su lugar y de su derecho legítimo de descansar por los siglos de los siglos. Así que decidió hacer su aparición para reclamar sobre su sueldo o salario por haber aparecido tantas veces. Era el negocio, simplemente donde había quienes ganaban y quienes perdían. Ella misma no sabe en qué momento se le ocurrió salir de su tumba para asustar a los motocarristas, choferes y otros elementos de la circulación vial y nocturna de esta ciudad.
He pasado tantas horas de madrugada con Azusena y pese a todos mis esfuerzos nunca he podido conseguir su pedido mientras en la ciudad nadie dejaba de hablar de ella e inclusive había vivos que se aprovechaban de ese suceso, pero a nadie se le ocurrió dejar algo, cualquier cosa, para seguir manteniendo el negocio del año o de los últimos años.