No me dejen solo (a)…
No dejen que suceda lo inevitable. Cuídenme, protéjanme y acompáñenme siempre. Quiéranme; pero sobre todo, si me equivoco, enséñenme; el camino no es fácil; sin ustedes me siento como un barco a la deriva a punto de encallar en cualquier roca del destino fatal. Muéstrenme que la vida no es fácil y que se necesita mucha responsabilidad y respeto para vivir. El camino que no he andado es para mí un sendero de dudas, de incertidumbres que sus voces enderezará; que Dios es una opción de camino sano y que sus bendiciones nos alcanzan así estemos en las peores desgracias; que la tempestad es la turbación de la ignorancia que uno debe aceptar en el corazón como una consigna para aprender.
Yo sin el amor de ustedes soy un montón de piedra… y no quiero que la dureza se apodere de mi corazón, quiero sentir, quiero mostrarle al mundo que puedo ser diferente, que tengo detrás de mí el soporte para mi desarrollo y crecimiento; nadie podrá amarme siendo malo, no me abandonen a mi suerte pensando malamente que ya me puedo valer por sí solo; eso es una cruel mentira. Si estoy entusiasmado por vivir y la vida que me espera deberá ser una carrera, mi propia carrera pero teniendo como entrenadores a ustedes dos (padre y madre); no puedo empezar mi competencia sin tener la estabilidad física y emocional suficientes.
Yo sé que todos vivimos con miedo, yo he decidido no vivir así. Sé que ustedes también tienen sus propios temores, pero no me la transmitan ni me la hereden. Quiero ser aceptado por ustedes y por los demás. Este es un mundo tan grande que no está hecho a mi medida; desvaríos, ambigüedades, contradicciones, desdén, sentimientos encontrados; un querer con un no al costado; un sí emocional y luego un no real. No me enseñen a ser bipolar. No quiero la libertad sin sentido (libertinaje), quiero una libertad bajo supervisión. Quiero, en pocas palabras, tu aprobación para crecer y desarrollarme sin adelantar mi historia personal.
Prometo, con mi actitud no hacerlos sufrir más, pero para eso necesito su compañerismo, su confianza, su amistad, sus emociones, su aliento; que compartan conmigo los anhelos propios de adultos y entiendan y apoyen los míos, los de un (a) joven propio. No hagan que se repita conmigo la historia que les voy a relatar:
Un día, una pareja de esposos jóvenes habían comprado una mascota para compensar el afecto por la ausencia del hijo que aún no llegaba. Le trataron como un miembro más de la familia. La mascota tenía todo lo que un niño pudiese tener. Casa propia, alimentación, afecto y una familia adorable que lo quería mucho. Así pasaron los años, hasta que un día llegó la noticia; la esposa había concebido. Desde ese momento el animalito empezó a ser relegado porque había que cuidar a la esposa: que las náuseas, que los antojos, que los mareos, que su chequeo, que había que descansar mucho y recuperar fuerzas para el día de la llegada del vástago; había momentos que el animalillo esperaba ansioso debajo de las piernas de los amos, pero nada; empezó a opacarse, ya no quería correr por el jardín, ya no movía la colita agradablemente tras la llegada de los dueños: Que le pasa a Rufo, ya no quiere jugar, se le ve opacado, comentó en una ocasión la ama, a lo que el esposo respondió, déjale, está creciendo; el pobrecillo se había contentado con vivir allí; hasta que ocurrió algo inevitable.
Esposo y esposa decidieron asar unas parrillas en el jardín trasero de la casa y dejaron a Rufo en la sala y al niño en la cuna; pero al cabo de unos minutos, Rufo apareció moviendo la cola de alegría con la boca ensangrentada, en su instinto animal, había logrado portarse como un héroe; pero el esposo sacó una pistola y tras un grito desgarrador le descerrajó un disparo en la cabeza. Temiendo lo inevitable corrieron al cuarto; el niño descansaba plácidamente en su cuna, pero la sorpresa fue cuando descubrieron en una esquina del cuarto: una inmensa serpiente yacía destrozada en el piso.
Muchas veces sepultamos a las personas (y sus acciones) por una simple apariencia, por errores involuntarios, productos de la inexperiencia, por el hecho de haberse equivocado en alguna parte de sus vidas. Considero que es bueno perdonar y confiar; confiar, sobre todo si se trata de nuestros hijos. Los petardos de nuestras reacciones terminan disparando las balas invisibles que mandan al sepulcro toda esperanza y toda fe. Creamos todavía en la juventud, pero ayudémosles a vivir.
Podemos lamentarnos después de nuestras reacciones pero el daño ya está hecho. Disparado (palabras ofensivas) contra los que amamos, pero que en algún momento los tenemos descuidados, los abandonamos y pensamos que no tienen derecho de sentir. A veces nuestras acciones funcionan como petardos letales para las aspiraciones de quienes dependen de nosotros, pero es bueno reflexionar sobre el hecho y enderezar nuestras razones.
Escribe: Lic. Werlinger Montes Panduro