La actriz Mónica Sánchez contuvo las lágrimas el jueves último en la conferencia de prensa cuando le tocó hablar del gobierno de Alejandro Toledo y las evidencias de corrupción. Ese llanto ha recibido una serie de comentarios. La mayoría de ellos refiriéndose al histrionismo de la protagonista y llamándola a que muestre igual indignación con la gestión de Susana Villarán que, como se sabe, tuvo tratos cordiales con las empresas brasileñas que trabajaron con la Municipalidad de Lima Metropolitana.
La congresista Marisa Clave fue entrevistada en la cabina de Radio Santa Rosa por Rosa María Palacios y ha sido la periodista quien ha narrado la forma en que dicha política derramó lágrimas al recordar las jornadas callejeras para botar del gobierno a Alberto Fujimori y colocar en su reemplazo a Alejandro Toledo. Ese llanto ha recibido una serie de críticas porque Glave no muestra igual comportamiento cuando de analizar las acciones de las personas que fueron funcionarios en el período edil de Susana Villarán.
Al verlas llorar uno, humano también, tiene sentimientos encontrados. A la popular Charito -por su papel en la serie de televisión Al fondo hay sitio- la vi en vivo y en directo y no creo que su llanto haya sido una actuación. A Marisa Glave la escuché llorar y fue conmovedora todos los segundos que duró su llanto y no creo que carezcan de autenticidad. Hay veces que, ante situaciones adversas y de impotencia, uno siente un nudo en la garganta y quiere derramar lágrimas como expresión de los sentimientos que experimenta. No es infrecuente la frase «la situación del país está para llorar». Y vaya que sí lo está.
Pero no basta las lágrimas. Hay que entender que -solo para referirnos al pasado reciente- tanto Alberto Fujimori como Alejandro Toledo son protagonistas de un sistema de gobierno que está hecho para los arreglos bajo la mesa y donde la falta de transparencia es la puerta de entrada para sumergirse en el lodo que no distingue ideologías ni doctrinas. Ayer fue Fujimori, hoy Toledo. Pero antes de ellos Prado, Leguía, Odría, Sánchez Cerro y más. Para no hablar del actual.
Si solo nos dedicamos a llorar me temo que siempre nos sobrará motivos para el llanto y nos faltará oportunidades para que emprendamos acciones que nos muestren que alguito hemos cambiado.