Neurosis de angurria
Moisés Panduro Coral
Dicen que el que tiene más quiere más. Está comprobado que existe una relación directamente exponencial entre el tener mucho y la codicia desenfrenada de acumular más riquezas de las ya logradas. Y está suficientemente documentada la evidencia de que el pobre hombre que sufre de neurosis de angurria no tiene escrúpulos para lograr sus objetivos. Si es necesario despojar a otros de sus posesiones lo hará utilizando todos los medios, preferentemente los ilícitos. Si para ello debe financiar campañas electorales no duda en echar mano de unos cuantos milloncitos, sabiendo que después ese gastito lo recuperará multiplicado por diez. Si debe comprar conciencias para cerrarle el paso a todo aquel que intente cuestionar su cicatería, tengan por seguro que echará mano de algún billete, siendo su predilecto el dinero público sacado mediante artilugios presupuestales que nunca se investigan. El angurriento neurótico también es alguien a quien su conciencia nunca le restregará haber traicionado a un amigo o haber quitado el pan a un hambriento, en su angustioso afán de tener más.
Así, en el mundo, hay grandes empresarios que capean de mil maneras el pago de impuestos justos y racionales que necesita su nación para atender a sus ciudadanos, y lo hacen porque seguramente están convencidos de que la avaricia acumulativa es un pensamiento guía hecha a la medida de sus intereses. En el Perú, uno de los casos clamorosos es la de aquellos que utilizaron mal las tasas cambiarias preferentes y el aumento de consumo impulsado en el primer gobierno de Alan García, sólo con el objeto de satisfacer su angurria. La política económica de entonces tenía el propósito de mover las industrias, recuperar la economía y propender a la reinversión, pero esos angurrientos “apóstoles” prefirieron incumplir su compromiso con su patria y, por el contrario, sacaron todas sus ganancias al extranjero a través de sus bancos (por eso Alan los intervino) tal vez con la expectativa de disfrutarla en otra vida.
Los accionistas de transnacionales farmacéuticas son otro ejemplo de angurria neurótica de la modernidad. Mediante subterfugios perversos, guardan bajo siete llaves los resultados de investigaciones que han descubierto el tratamiento de males conocidos como incurables y que de ser producidos pondrían en riesgo sus pingues negocios, y, en complicidad con algunos gobiernos, impiden que se elaboren medicamentos baratos para el tratamiento de enfermedades complicadas. Ellos, de hecho están pensando que cuánto más engorden sus cuentas más felices serán, aunque sepan que tres cuartos de la población del planeta se exponga a la muerte al no poder acceder a un medicamento económico y de calidad y aunque las estadísticas les griten que más de 10 millones de niños mueren anualmente por enfermedades para los que existen tratamientos.
Uno más de la neurosis de angurria: los facinerosos de las finanzas que pretenden que sea el pueblo el que pague con más impuestos, más recesión, más desempleo, más desesperanza, los resultados de su avaricia burbujeante y que se presentan en solemnes reuniones como distinguidos y honorables hombres de negocios, jamás podrán negar que mientras ellos ganaban montañas dinerarias con la especulación financiera que es el origen de la crisis internacional que ha remecido muchas naciones, sus pueblos se ahogaban y endeudaban en ese espejismo tarjetero e inmobiliario. En el colmo de la angurria acuden a sus gobiernos para que estos los salven, los gobiernos intervienen a costa de adquirir inmensas deudas y por ello reducen todo tipo de gastos, especialmente los sociales, siendo finalmente ¡el pueblo el que paga la miserable codicia de estos vulgares estafadores del irónicamente llamado primer mundo!.
Sin embargo, esta neurosis de angurria, atribuida a quienes exhiben millonarias tenencias, se está apropiando, paulatinamente del conjunto social. En nuestro país, el caso más reciente es el de los congresistas peruanos que en un angurriento espasmo neuronal, de manera subrepticia y sin consultar con nadie, decidieron levantarse el monto de sus ya altos ingresos, duplicándose el denominado bono de representación. El rechazo nacional ha sido concluyente, masivo, les ha caído como un mazazo demoledor; la rechifla ha sido unánime, brutal, ensordecedora, les han dado sin piedad; y presionados por esta reacción ciudadana han tenido que dejar sin efecto ese grave insulto salarial a la inmensa mayoría de peruanos.
Como bien se pregunta un internauta: ¿cómo se puede llamar “otorongos” a estos poco apreciables y metalizados representantes que el pueblo elige cada cierto tiempo en los últimos veinte años?, ¿qué tiene que ver el otorongo, ese felino simpático, noble, ágil, que caza sólo lo que consume y que vive en paz con su instinto natural, con estos “otorongos” que maúllan en el parlamento?. ¡Nada!. Decirles “otorongos” a los congresistas debería ser tomado como un insulto al género de los felis. Con su angurria se muestran indignos, perezosos, gente que vive de los impuestos que paga la nación sin que el pueblo se vea retribuido con propuestas legislativas de calidad o con una fiscalización efectiva a todos los niveles de gobierno, pero sobre todo, sin que el pueblo se vea representado en un comportamiento político decente que lo dignifique.
Ésa es la neurosis de angurria que corroe la sociedad planetaria. Y si no reaccionamos a tiempo, nos consumirá a todos.
Hace gracia ver como Panduro,habla de la gestion de Alan,como si el no fuera aprista,no hubiese gozado de las gollerias de sus compañeros,se hace el tonto,safa pellejo,para que no le hechen el guanaco,pero en el primer gobierno todos gazaron,mas o menos,les alcanzaba para todos,Pandurito,no te hagas.
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