Caminando circunstancialmente en Praga me tropecé con un poste de luz eléctrica donde en un afiche pegado anunciaban el Museo del Comunismo, íbamos con dirección a la Sinagoga Jerusalén. Es la textura plurisecular que nos hablaba Claudio Magris “En el infinito viajar”. Me llamó la atención por el nombre, parecía un oxímoron, por lo que connota este ¿el comunismo puede estar en un museo?, ¿el comunismo (de las ideas) se cosifica o está cosificado?, ¿todo lo que pasó puede estar encerrado en un museo? En verdad, que fue todo un descubrimiento en una ciudad como Praga que en verano está llena hasta la bandera de turistas de todo pelaje (me incluyo). Así sin mucho pensar nos enrumbamos hacia el citado museo. Te atiende una señora que parece sacada de la máquina del tiempo, su rigidez parecía recordar esos tiempos de las ideas del comunismo burocrático. De rostro fiero pero muy amable, nos sonrío y nos indicó la entrada. Subes unas escaleras y al final de ellas te chocas con las estatuas de Carlos Marx y de Lenin dándote la bienvenida – tantas cosas se hicieron con su nombre al igual que hacen con la palabra libertad, solidaridad, libertad de expresión por estos tiempos. Las efigies eran más pequeñas, alejadas de esas estatuas gigantes que aparecían en la televisión cuando pasaban imágenes de los regímenes comunistas o de aquellos que estaban detrás de la cortina de hierro. El museo no ha sido pergeñado por comunistas de la vieja guardia, no, parece esbozado por liberales (en el sentido político) de la nueva hornada. La idea predominante que pesa sobre el museo es que a pesar de agua y comida al que podía acceder la ciudadanía estaba el control y la ausencia de libertad en esos regímenes. Era un absoluto control, lo que avizoró Orwell en 1984, el gran hermano que te vigila hasta la intimidad. Pero ¿eso es diferente en los tiempos actuales de la hegemonía de las redes sociales y en la granja de animales en la que vivimos? Dista muy poco. Es conocido que través de las redes sociales controlan a la ciudadanía, saben hasta lo mínimo de los gustos, temores, amores y alegrías de los usuarios que incautamente lo dan todo en esas redes. Un hecho fortuito que descubrimos en las caminatas sobre Praga, como no, nos recuerdan a Franz Kafka y su impugnación al poder.
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