[Por: Moisés Panduro Coral].
En América Latina, y sobre todo, en nuestro país ha pasado desapercibido uno de los acontecimientos históricos más determinantes en la configuración del mundo actual. El domingo 9 de noviembre, la Europa occidental ha conmemorado los 25 años de la caída del muro de Berlín, una estructura de acero y concreto de 120 kilómetros y de casi 4 metros de altura con más de 300 torres de vigilancia construída por los gobernantes comunistas de la entonces República Democrática de Alemania para impedir la emigración masiva de los habitantes de la zona este de Berlín hacia la República Federal de Alemania. Recuerdo que en secundaria en el curso de geografía la mención de una Alemania Oriental y una Alemania Occidental nos parecía una rareza pues si bien ambas poblaciones eran alemanes, hablaban el mismo idioma y vestían sus banderas nacionales con los mismos colores, clasificaban a los mundiales de fútbol con selecciones diferentes.
El muro de Berlín cuya construcción se concluyó el 13 de noviembre de 1961 tenía además 70 kilómetros de alambrada tipo espino kilómetros, 114 kilómetros de vallas, 160 kilómetros de calles iluminadas, barreras antitanques y antivehículos apostadas detrás del muro, cerca de 35 puestos de control, una franja ancha de arena conocida como el corredor de la muerte para detectar las huellas que dejan los pasos, y un ejército de guardias y perros policías que disparaban o perseguían a todo aquel que hiciera el intento de atravesar ese muro al que los occidentales llamaban el “muro de la vergüenza” y los orientales el “muro antifascista”.
De hecho, las cifras difieren acerca de cuántos murieron en el intento de cruzar el muro, pero sí sabemos que la primera víctima fue Peter Fechter, un joven de 18 años que fue abatido por los guardias comunistas el 17 de agosto de 1962. Herido de gravedad, antes de alcanzar la libertad, cayó al suelo en el corredor de la muerte y allí agonizó desangrado durante buen tiempo ante la indiferencia de sus verdugos y a la vista de cientos de testigos del lado occidental que nada pudieron hacer por él. Si Peter fue la primera víctima, la última víctima fue otro joven alemán oriental: Chris Gueffroy de 20 años que en la búsqueda de libertad fue acribillado el 5 de febrero de 1989.
El drama de Peter Fechter y sus ansias de libertad, han sido expresadas en los versos de la exitosa canción “Libre” interpretada y estrenada espléndidamente por el desaparecido cantante español Nino Bravo en 1972. “Tiene casi veinte años y ya está cansado de soñar; pero tras la frontera está su hogar, su mundo y su ciudad…Piensa que la alambrada sólo es un trozo de metal, algo que nunca puede detener sus ansias de volar” dice una parte de esta bellísima canción que muchos cantan sin conocer su origen. Caído el muro de Berlín, llegó la reunificación de Alemania el 3 de octubre de 1990 y un año más tarde, la desintegración de la Unión Soviética en diciembre de 1991. Esos también fueron los años que mi generación vio caer el totalitarismo en Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania, en ésta última, la violencia revolucionaria por la libertad terminó en la captura y ejecución pública de su dictador Nicolae Ceaucescu, secretario general del Partido Comunista. En los primeros años de esta década, hemos visto caer dictaduras como las de Libia y Túnez en el norte de África, y hemos sido testigos de estallidos sociales y de guerras civiles en Egipto y Siria, respectivamente.
Hoy mismo estamos viendo cómo los BRICS (Brasil el gigante sudamericano, la Rusia de Putin que ha potenciado sus relaciones con América Latina, la India que recientemente puso una nave espacial en Marte, la China de los comunistas hipercapitalistas y la sorprendente Sudáfrica de Mandela) aceleran procesos de integración comercial y política más allá de sus fronteras, mientras Estados Unidos y Europa van quedando a la zaga, gestando así este nuevo mundo multipolar que nuestros hijos vivirán (o sufrirán) a plenitud. Me pregunto: ¿cuál es el papel del Perú en esta dinámica del cambio indetenible?