ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Somos diversos, sí. Pero no aceptamos a los que demuestran esa diversidad que –fácil- rima con mediocridad. Y eso se refleja en lo que a su manera han señalado en diversos momentos y por distintas circunstancias Luis E. Lama, Moisés Panduro Coral y Ana Varela Tafur. Nos alarmamos con atentados como el perpetrado contra el derecho a la vida y a la libertad de expresión en Francia y nos hacemos los locos por los excesos que diariamente cometemos en la aldea local.
“Vivimos en un país donde los gobernantes saben perfectamente que su apoyo a la cultura no le otorga votos ni le incrementa su popularidad. La gestión de Villarán fue un claro ejemplo. Sin embargo, ellos ignoran que la cultura es una apuesta por el futuro de nuestra sociedad, para que podamos conocernos mejor, convivir con nuestras diferencias y respetarnos mutuamente.” Así comienza Luis E. Lama el artículo semanal que nos entrega la revista Caretas para referirse a todo lo que se vive alrededor de la cultura y la intervención en la exposición organizada por Movadef y “La Cautiva”.
Sin embargo, no se crea que dichas intervenciones son exclusivas de los gobernantes. Pues la ciudadanía –quizás como causa y/o consecuencia- tampoco otorgaría su voto a quienes desde el poder priorizarían la cultura con todo lo que alrededor tiene ella.
«¿No ha pasado lo mismo en Iquitos con la destrucción de los murales de Gino Ceccarelli, Dorian Fernández, Rember Yahuarcani y Paco Bardales? Se asesina lo fundamental destruyendo obras de arte de cualquier tipo. Iquitos no está lejos de la violencia que lo emparenta con el fascismo”. Ya lo dijo en las redes sociales hace algunas semanas nuestra poetisa Ana Varela para referirse al atentado criminal contra los caricaturistas de Charlie Hebdo y analógicamente hacerlo contra quienes han destruido los murales de cinco personajes que han aportado a la cultura regional. Con todas sus diferencias, ambos hechos nos muestran a una sociedad intolerante e intransigente que no está acostumbrada ni siquiera a valorar el trabajo de los demás sino que, más lamentable aún, a destruir todo aquello que sea diferente a lo que ellos pregonan. Nos llamamos diferentes, nos autodefinimos como tales pero queremos acabar con todo lo que sea distinto a nuestros pensamientos y acciones.
“Pasan muchas cosas. Pasa que gran parte del periodismo que pregona ética, no es ético, tal vez ni siquiera haya llegado a entender qué realmente representa la ética como factor cardinal de la libertad de expresión, como condición primigenia que permite el ejercicio de ese derecho, como elemento central para la construcción de una sociedad valóricamente concienciada, libre, justa y culta”. Eso afirma –y muchos coincidimos con la apreciación- el columnista de este diario, Moisés Panduro Coral, seguramente empujado a tratar el tema mediático por los minutos/hombre que le han dedicado algunos por su inicio confrontacional contra la actual administración edil de Maynas. Más allá de los neologismos del militante aprista la conclusión a la que llega es –en términos prácticos- un axioma que es causa y/o consecuencia del nivel de intolerancia –cuando no ignorancia- a la que hemos llegado como sociedad. Ya no solo nos encargamos de defender nuestra verdad –que al decir de San Agustín no tiene que ser ni mía ni tuya para que sea tuya y mía- sino que impedimos que los demás expresen la suya.
Más allá de cuestiones filosóficas vayamos a lo cotidiano. Y ahí nos encontraremos con circunstancias ciudadanas que grafican el tipo de comunidad que estamos construyendo. Somos diversos, sí. Pero no aceptamos a los que demuestran esa diversidad que –fácil- rima con mediocridad. Y eso se refleja en lo que a su manera han señalado en diversos momentos y por distintas circunstancias Luis E. Lama, Moisés Panduro Coral y Ana Varela Tafur. Nos alarmamos con atentados como el perpetrado contra el derecho a la vida y a la libertad de expresión en Francia y nos hacemos los locos por los excesos que diariamente cometemos en la aldea local. Nos llenamos de teorías contra los intentos arbitrarios de los gobernantes de toda la vida y soplamos al aire con los disparos que cotidianamente recibimos en nuestras narices.
Disculpen la exageración. Pero la destrucción de los murales diseñados por Julio Guerrero y colocados en diversas paredes de la ciudad de Iquitos es un atentado a todos nuestros sentidos. Y aún en la lejanía me conmueve la desazón que allá en la tierra soportará este diseñador porque –junto con varios jóvenes- sigue sin entender cómo es que una obra tan sublime puede recibir este tipo de dardos. Con esa destrucción me temo que no solo se atenta contra una posibilidad de difusión de quienes desde diversos campos representan la creación oriunda sino que se intenta desanimar a quienes nos hemos empeñado en mostrar detalles para que se eleve la autoestima y se muestre nuestra diversidad y tolerancia.
Ya sea desde el gobierno o desde las mentes fundamentalistas que pueden venir desde y contra la ciudadanía espero que no se logre destruir lo fundamental que es, entre otras cosas, mostrar y demostrar que tenemos miles de razones para sentirnos orgullosos de lo que somos.