Las mudanzas por más breves que sean conllevan una situación de cambio. Trastocan la linealidad del día, el gris toma otras tonalidades. Se embarulla todo. El olmo se zangolotea. Es un salir del sitio y eso obliga a revisar el talego que llevas de equipaje. Husmeas los rincones de la casa que no le das importancia y te llevas sorpresas de todo tipo, de las agradables [miras una foto de hace unos años, estás más delgado y con más pelo] y de las que refunfuñas por tu dejadez. Te replanteas todo. Revisas fotos, escritos, libros leídos. Es un ejercicio de saneamiento, creo que deberíamos hacerlo cada cierto tiempo porque sino no te das cuenta de las cosas, a veces, absurdas que te acompaña en el viaje como programas de mano de una obra que has visto hace diez años, apostillas sin importancia. En este hurgar por el piso me he dado cuenta que me he comprado un libro dos veces ¿? Que pringado soy ¿Qué ha pasado con el tutumo?, ¿Tan mal llevo las cuentas de libros? Refunfuño. Un libro que buscaba desesperadamente y que me mantenía en agonía porque en la biblioteca me decían que estaba en uso y no había cuando lo devolvieran, me encuentro con la carátula del ansiado texto cara a cara en una ruma que está junto al calentador. Te ríes para no gruñir ¿Eso de comprar dos veces el mismo libro no será un indicador que algo está fallando?, ¿Será la edad?, ¿la falta de orden? La memoria no es la misma o simplemente doy más prioridad a una que a otras, sí, claro, es una elaborada excusa, sonrío flojamente. Pero a pesar de los engorros del día, el remover las cosas de un lado para otro me ha servido para valorar la tolerancia de S con estos compañeros de viaje que son los libros que ha esparcido sus dominios por todo este pequeño reino de los olmos.
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