Morir en manos del hijo
La muerte de una madre a manos nada menos que de su hijo puede traer una profunda lección a una sociedad que cada vez con mayor frecuencia recibe noticias de esta índole con, cada vez, poca admiración. Tras el ejemplo de una tragedia como ésta uno asume que mayor barbarie no puede suceder, pero lamentablemente los noticieros nos desmienten cada vez con otra aún más cruel y ésta ocasión no será la excepción. Dentro de poco asistiremos a ver un relato aún más sórdido, por si no fuera poco que un hijo con una llave de yuyitzu asesine a la madre que lo cobijó.
Y lo peor de todo era que no dormía con el enemigo como se pudiera resumir en una crónica donde la fatalidad ha sido anunciada con anticipación por el carácter del asesino. No. Este muchacho estudiaba Psicología en una carísima universidad, vivía en una lujosa residencia en La Molina, había estudiado en los mejores colegios, poseía auto, caprichos y una graciosa enamorada y a ratos era respetuoso, pero todo lo deseaba de inmediato, seguramente lo hubiera heredado pronto, pero quería estar a tono con la vorágine consumista que agobia nuestra sociedad y decidió anticipar todo, asesinando a su madre.
Lo que más conmovió fue la veintena de pan francés que se encontró en el asiento del copiloto de la moderna camioneta donde llevaron el cuerpo para quemarla a manos del propio hijo Marco Arenas. “Era el pan que acostumbraba entregar a los niños pobres que se le acercaban por las calles donde iba”, declaró el hermano de la empresaria panadera, María Castillo Gonzáles. ¿Cómo una madre no pudo comprender los demonios que consumían a su hijo y si entender la necesidad de la gente extraña?
Aunque hay muchos estudios que confirman que un asesino no necesariamente nace sino se autoconstruye con una serie de elementos distorsionados que lo llevan a menospreciar la vida, el caso de este estudiante más parece estar relacionado con el modelo típico de una familia empeñada en el crecimiento económico que olvida el sentido inicial de la familia: formar un hogar. La familia ha abundado en el hecho que el estudiante poseía todo y que los padres “se mataban” trabajando para que nada le falte.
Aunque algunos datos han querido distorsionar el hecho mismo, explicando que, cómo no era su hijo biológico de la mujer, el asesino no tenía ningún sentimiento de afinidad y por eso la mató con la crueldad de llegar a quemarla, ya se ha explicado en la misma familia que ellos mismos se enteraron del dato tras el asesinato. Y por lo expuesto en los medios, los padres jamás hicieron la diferencia de ser biológico o no.
La manipulación expresa de la enamorada es parte de esa autoconstrucción de la maldad. Aunque la instrucción en los mejores colegios o universidades ayudan a desarrollar hábitos de convivencia y respeto, jamás enseñan a sentir y demostrar afecto, peor aún si la personalidad del asesino es de introversión y dependencia de alguien para tomar decisiones o simplemente sobrevivir. Una especie de sustitución de padre – madre, como lo afirmarían los psicólogos.
Pero la noticia hoy ya será mínima y pasado mañana no existirá. Sólo quedará el dolor de una familia que no entenderá como uno de sus mejores miembros se fue ahorcada y luego quemada por su propio hijo. La sociedad, en los diferentes estratos sigue viviendo y pensando que el mejor de los paraísos es el que reflejaban económicamente esa familia. Que la economía sigue tan firme y que por su propia inercia de crecimiento también debe traer paz y tranquilidad entre sus integrantes y que sólo en un hogar de “locos” podría suceder un hecho de esa naturaleza.
Y el bien supremo: la seguridad, atención y cercanía con los hijos que genera la confianza de estar instruyendo – educando ciudadanos de bien – sigue esperando ser atendido en los ministerios, las escuelas, los medios, las familias.
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