Escribe: Rubén D. Meza Santillán
De que somos campeones criticando a las autoridades, lo somos. De que nos dedicamos la vida entera a ver la paja en el ojo ajeno, también es cierto y si no que nos pegue la viga de nuestro ojo en la cabeza. Siempre estamos predispuestos a rajar del otro. Los dardos, las pucunas venenosas son para los demás.
La capacidad de ser autocríticos, de poder mirarnos la cara frente al espejo de la realidad muy poco se da. Las piedras, los palos -en sentido figurado-, el raje y la tirada de barro en todo momento y circunstancia son para el que está al frente, en la otra vereda u orilla. Y yo me pregunto, una flagelada con el látigo de la evaluación de nuestros actos no nos caería bien de tanto en tanto. Yo creo que sí.
Todo esto me viene a manera de reflexión a raíz de una serie de acontecimientos que se han venido dando en nuestra ciudad. Donde la actitud ciudadana responsable simplemente se va por la cloaca de la conveniencia y el egoísmo personal. Eso de que solo importo yo y los míos y que los demás se frieguen. Cobra una vigencia preocupante.
Uno. Yo -y lo pongo en primera persona para no herir susceptibilidades ni dejar la sensación de que me quiero sacudir de responsabilidad en este mal social-, que critique y le hice añicos a las exautoridades por sus tremendos errores y metidas de pata, las mismas que lindan con el delito en muchos casos, ahora bajo las mismas o parecidas circunstancias no digo ni pio o llego al extremo de querer justificar o tapar esos hechos escandalosos. Todo depende del cristal con que se mire.
Dos. Yo, periodista punzante y crítico, fiscalizador y denunciante, de la noche a la mañana dejo colgado tras la puerta esa condición porque se dio la oportunidad de ocupar un cargo en alguna institución pública a tal punto de que le digo a mis colegas, con los que busqué y husmee por todos los rincones la información para destapar las cochinaditas de autoridades y funcionarios, que eleven su cartita pidiendo información amparados en la Ley de Transparencia. Y encima les doy la espalda y ninguneo su labor periodística. La mariposa no se acuerda cuando era gusano.
Tres. Yo, me quejo de la bulla y los ruidos molestos de un local de diversión como el Avana Club – al que en el colmo de la desfachatez sus dueños le bautizaron como Centro Cultural- pero como ya puse mi negocio o vendo anticuchos o cuido motos, pues me quejo y rechazo la medida de la municipalidad y me “solidarizo” con los empresarios. No es amor al chancho sino a los chicharrones.
Y lo voy dejando ahí, tres ejemplos que me sirven para esta especie de auto análisis y terapia personal en el intento de poder entender las actitudes de colegas y personas conocidas, a manera de llamada de atención en voz alta. Porque creo que así estamos y lo que me preocupa es que nos estamos acostumbrando y, hasta ya nos parece de lo más normal. ¿O no?