Escribe:Percy Vílchez
Entonces, en una de las calles centrales de Los Angeles, aparecieron dos sujetos en un auto. El vehículo avanzó unos metros hasta ubicar a un tal Ryan Fischer que era un experto en asuntos perrunos como que se dedicaba a pasear a los canes Koji y Gustav, mascotas mimadas por una célebre cantante norteamericana. Los dos individuos, de pronto, abandonaron el carro, apuntaron con sendas pistolas al paseador y se apoderaron de los perros que eran de la raza de los bulldog franceses. Era un secuestro de marca mayor y la operación canina funcionó a la perfección, porque la estrella ofreció 500 mil dólares para que le ayudaran a recuperar a sus engreídos.
La suma es alucinante considerando la situación de millones de humanos que viven en los límites de la miseria. Los ladridos, las movidas de cola y otras costumbres perrestres pueden valer más que la vida de un ser humano. No importa eso. Lo que cuenta es que en escena surgió una tal Jennifer McBride que ahora pide a la cantante la bonita suma de un millón y medio de dólares más los 500 mil dólares de la recompensa. Tanta plata por un par de perros rebasa la cuestión de los derechos de los animales y nos lleva a una degradación de la vida en una sociedad pretendidamente opulenta. Los perros nada saben de injusticias o subdesarrollos, menos de derechos humanos de tantos marginados. Pero sus dueños sí.
Los que están en el juicio por los 2 millones de dólares, debido a la espinosa cuestión de dos perros secuestrados, no expresan ningún amor a los animales, sino un desaforado apetito por el lujo donde los canes son solo una parte del adorno. El juicio va para largo y sospecho que tendrá algunos bemoles que saldrán a la luz. Los abogados de la estrella han acusado a la McBride de cómplice de los secuestradores y lograron llevarlo ante la justicia que le otorgó la libertad condicional. Todo ello como para no pagar los ofrecidos 500 mil dólares. Desde esa incomodidad la acusada arremetió a la cantante con una demanda judicial millonaria por propaganda engañosa. Nadie ahora se fija en el destino final de Koji y Gustav, canes que han desatado una verdadera aberración en el mundo legal del país del norte.
Lo que queda claro hasta el momento es que la cantante no quiso soltar los 500 mil dólares prometidos. La pena al perder a sus mimadas mascotas no puede alterarle la cuenta de ahorros o la billetera. Y se anduvo con acusaciones que no le costaron ni un ochavo. Rubén Darío, para referirse el humano amor, decía que los besos y los pesos se llevaban muy bien. Dólares y ladridos no riman entonces y tanta alharaca y disturbio judicial por un par de perros va más allá de la consideración zoológica. Ahora danzan millones de dólares gracias a los ladridos y a las movidas de rabo. Si Jennifer McBride gana la batalla legal recuperar a la pareja perruna habrá costado una barbaridad a la cantante.
Y desembolsar 2 millones de dólares por recuperar a un par de mascotas revela una distorsión del simple humanismo. Revela la vanidad exagerada, el egoísmo entre 4 paredes y hasta el desprecio del inhumano destino de tantos en el mismo Estados Unidos. El caso perruno que nos ocupa no es una simple veleidad de estrella, una pose para el titular del periódico o la revista del momento. Es la evidencia de lo decadente y ruinoso que puede ser la conducta de los que obtuvieron algo o bastante en el seno de una sociedad moderna y contemporánea.