“Y nada te digo, amigo, de la cantidad de menores que juegan en bares y cantinas”, concluyó un cronista de antes y del diario El Eco, en el año de 1954. La crónica hablaba de los vicios de azar y callejeros que marcaban la hora en ese entonces en Iquitos. Lo peor era que los viciosos no eran curtidos cuatreros o monristas nocturnos. Eran imberbes, mozalbetes, hijos de papa y mamá. Estos desbocados jugaban casino, póker, cachito, la pinta, kraap y otras modalidades del relajo estéril, en vez de prepararse para el porvenir, si es que eso existe.
El cronista colgaría la pluma si viviera en estos tiempos donde los padres con los hijos pueden jugar bingo en la vía pública, sin preocuparse por nada. Ni por las reprimendas ni por las preguntas sobres las notas en los estudios. Los menores de hoy, por otra parte, no entran a jugar samba en los bares. Entran a chupar y, de vez en cuando, la sociedad se escandaliza cuando son detenidos estudiantes de ambos sexos con sus uniformes y sus cuadernos. Los tiempos cambian y no pasan en vano, como se dice.