Dos fotografías prevalecerán por mucho tiempo como lo que hicieron las dos principales autoridades de Loreto en una de las ceremonias patrióticas. La del gobernador Fernando Meléndez mostrando una banda con colores inadecuados en el lugar protocolarmente incorrecto y el de la alcaldesa de Maynas, Adela Jimenez, caminando en medio de personas que le arengan electoralmente con polos entregados para la ocasión.
Lo del gobernador de Loreto puede considerarse un error en medio del ajetreo de la colocación de la banda motivado por tanto mediocre e inservible que le acompaña antes, durante y después de las ceremonias oficiales. Es inaceptable, cierto. En cualquier circunstancia eso provocaría el retiro del o los responsables. Ya sabemos que eso no sucederá. Y, los opositores a Meléndez, deberían alegrarse porque se mantenga a los ineptos burocráticos que rodean a la autoridad sino que él mismo no se de cuenta de su error y continúe cometiéndolos. Sin embargo, aquello de la banda –en color y colocación- no dejará de ser un error menor. De forma y fondo, claro, pero error al fin.
Lo de la alcaldesa Adela Jimenez, empero, es más que un error político. Es una actitud que irá creciendo si es que –como es previsible- alguien de su entorno se atreve a demostrarle que de esa forma no sólo logrará el repudio ciudadano sino la pérdida de toda autoridad. Aquello de contratar personas, vestirlas con polos campañeros, llevarlas a la vía pública para que la aplaudan y griten arengas impertinentes, refleja que Adela Jimenez ha pasado la frontera de la sensatez y se ha instalado en el territorio de la carencia de escrúpulos. Ambas características fatales para una autoridad que administra los recursos de la población. No es que la alcaldesa haya estrenado ese estilo de gobierno en las fiestas patrias. Ya sea en la Plaza 28 de Julio explicando las deficiencias en la remodelación y atribuyendo ello a “manos extrañas no captadas por las cámaras de seguridad” ha sido un canto a la desfachatez. O aquello de afirmar que los trabajos en la calle Arequipa no se paralizaron cuando los pobladores viven lo contrario y tienen en esa –como en la mayoría de obras- un motivo para protestar por el abandono en que se encuentran. O inundar los postes del centro y periferia con banderolas ilegales y resistirse a retirarlos porque no ha comprendido que es la administradora de la ciudad y no la dueña que pretende hacer lo que se la antoje. La lista continúa. Es un horror lo que está haciendo la autoridad edil. Y lo más preocupante es que ha convertido aquello en un estilo de gobierno: negar lo evidente y aplaudir lo insensato. Negar los errores e inventar logros. Aplaudir arbitrariedades y esconder ineficiencias.
En los dos casos narrados ambas autoridades –las principales de la región y provincia- deberían entender que, como dice la frase popular, “Dios perdona el pecado, pero no el escándalo” y, por extensión, podríamos afirmar que “un error se puede comprender, pero un horror se debe combatir”.