Es muy difícil hablar de la partida de un amigo y compañero de ruta. Nos embriagan los recuerdos, los momentos que hemos estado en diferentes lugares con las prisas y saboreando los ideales. Mi paso por una organización indígena en la floresta norte de Perú coincidió con él. Mi memoria locativa lo recuerda en el Ampiyacu, Pucaurquillo (Región de Loreto, Perú) en las asambleas que no eran nada tranquilas, en la maloca mambeando coca con ampiri y escuchando historias. Era un hombre tranquilo, de buen talante, risueño y con gracejo. Así era Mauricio Rubio Rodríguez. En esta misma coordenada estaba Jaime Salazar, quien con gran criterio recomendó fortalecer a las organizaciones de base que andaban abandonadas. Con Jaime y Mauricio estuvimos en el Ampiyacu, Napo, Corrientes, el Putumayo, Pacaya, Samiria y muchos lugares más bajo la idea de robustecer a las federaciones- desde este lado del charco era para fortalecer la ciudadanía y la sociedad civil. No fue una tarea fácil y eso lo comprobó Mauricio cuando visitaba las asambleas en diferentes lugares de la selva norte y recibíamos severos rapapolvos de parte de los asamblearios o comprobar federaciones con fuertes debilidades, muchas eran solo nominales e inactivas. En los momentos complicados, que no eran pocos, sabía mantener la calma y el buen humor. Un caso difícil, de los muchos, fue la de una comunidad cerca de Iquitos cuya inscripción en el registro civil fue cuestión de interpretación y razonabilidad del cumplimiento del Convenio 169 de la OIT. O los casos de pluralismo jurídico que embridaban la cartografía legal en la defensa de los bosques como el de las muertes a brujos en el Napo bajo el paraguas legal del error culturalmente condicionado. Tuvimos momentos dulces y momentos amargos como todo en la vida- me viene a la memoria que me regaló los dientes de una shushupe en clave amazónica, todavía la guardo en la cartera. En una de mis visitas a Pucaurquillo, Mauricio me mostró un gran bloque de cemento que tenía historia de por medio. Ese bloque en plena floresta era el testimonio material de la presencia cauchera en esa zona. Añadió con pausa expectante, que a su pueblo los habían desperdigado por diferentes lugares con el propósito de extraer la goma del monte. El clan original estaba en el Putumayo.
Uno de los patrones trajo a un grupo al Ampiyacu y a otro por el río Momón que coincidían en la cartografía del barón cauchero y sus tentáculos. Era la historia y sudores del desarraigo
forzado. Lo que contaba Mauricio coincidía con la historia real del descepe no solo del bosque sino de personas humanas, marchamo que cuesta comprender a muchos de mollera dura. La vida nos llevó por diferentes derroteros aunque a los amigos comunes siempre preguntaba por él. A raíz de su fallecimiento, su hijo Brus, me recordó algunas bromas que hacíamos con su padre, nos partíamos de risa y los festejábamos. Miro la foto de él con su familia y dejo escapar una lágrima. Mientras escribía una novela sobre un uitoto de diáspora forzada en Londres “El búho de Queen Garden street”, se me venía como ráfagas las historias de Mauricio sobre el exilio, los sinsabores y las alegrías de su pueblo en ese océano verde. La vida, el azar, la novela y yo le debemos mucho. Descansa en paz. Haremos memoria, no te olvidaremos. Mare.
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