¿El día del padre es también el día del hijo? O viceversa. ¿Qué celebramos los que tenemos a nuestros padres enterrados y poseemos hijos que nos impulsan a seguir en la brecha en este mundo? ¿Esta celebración del hombre apareció como respuesta a la de la madre que se ha convertido en una feria comercial donde lo que más importa es cuánto regalas para medir el cariño hacia un ser ya de por sí cariñoso?
Los que siempre nos revelamos ante las cosas de este mundo hemos encontrado en las interrogantes sin respuesta una fórmula precisa para enfrentar esos males. Y es que cada tercer domingo de junio tenemos que zambullirnos en lugares comunes que, sabiendo muchas veces justos y necesarios, no hacen más que reflejar una comercialización del calendario.
Y para alejarnos de ese lugar común, como siempre, la literatura es un refugio perfecto. Tanto en la ficción como en la realidad. Y esa relación siempre será interesante porque los famosos han tenido en la infancia una relación a veces de amor/odio con los padres. Y curiosamente esa relación les ha servido para lo que finalmente terminaron siendo: famosos.
La explicación que da Mario Vargas Llosa a la aparición de su padre, a quien creía muerto, en “El pez en el agua” y en varias entrevistas es para cerrar el libro y reflexionar. Y uno no sabe si –con cierta maldad- agradecer el comportamiento del padre del Premio Nobel que con su machismo y ausencias prolongadas contribuyó a la formación de uno de los literatos más prolíficos de todos los tiempos. Esa niñez atormentada pero también llena de encubrimientos maternales, definitivamente, han hecho lo que MVLl es hoy, con todas sus locuras de ficción y de las otras. La narración que hace Gabo en “Vivir para contarla”, la biografía inconclusa que escribió muchos años antes de su muerte, sobre la relación de su madre con quien ayudó a engendrarlo es de una distancia geográfica traumante pero que moldeó al Premio Nobel de Literatura 1982.
Hay que refugiarnos en la literatura, siempre. Textos abundan y, créanme, cuando niño leía una que otra novela y encontraba en ellas personajes paternales y padres con todos sus defectos y virtudes y creía ingenuamente que así debería ser mi padre. Y cuando en la mecedora me sumía en la lectura y él pasaba constantemente, en la mente se me dibujaba el personaje novelesco con el rostro de él. Por eso, en este día del padre si algún obsequio pido a la vida es que mis hijos lean más de lo que yo he leído en mi infancia y adolescencia. Y si me piden una pequeña recomendación tengo como textos imperdibles a “Carta al padre”, de Kafka o “La invención de la soledad”, de Paul Auster. Ambos, curiosamente, dan cuenta de una relación de reproches más o menos enunciados, en la que el hijo tiene que matar al padre para poder ser lo que quiere ser. “Elegía” de Philip Roth es también imperdible porque el protagonista es padre de dos hijos de un primer matrimonio, que lo desprecian, y de una hija de un segundo matrimonio, que lo adora. Claro, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Feliz día del padre, de novelas y realidad.