En los anales políticos de la patria boba, dos candidaturas, dos opciones compiten palmo a palmo por el gran premio Presidente de la República. Don Ollanta Humala y la señora Keiko Fujimori, están en la recta final de sus ambiciones, a pocos metros de la ansiada meta, a unos cuantos días de las urnas. Ambos  combaten sin tregua por convencer al electorado nacional de las bondades de sus propuestas. Pero el encarnizado duelo nada tiene que ver con lo masculino o femenino. No es una cuestión de género. De sexo. En ninguna parte del mundo, ancho y ajeno, el poder tiene  pantalones o faldas. Puede ponerse ambas prendas indistintamente para salir a la calle. El poder es ambición que afecta a varones y hembras.

En el fondo, la búsqueda o el usufructo del poder, es representación y defensa de intereses. De tal suerte que no creemos que alguien en este país vote seriamente, después de meditar los pros y los contras de su elección, de sopesar el perfil de cada candidatura, de revisar la historia de cada cual, pensando en el género. En lo varonil o lo mujeril. Es decir, identificándose primariamente por una opción que use faldas o pantalones. Hay otros indicadores más importantes que el sexo. Les alcanzamos uno. En la actual campaña, por ejemplo, se regalan cuadernos con el rostro sonriente del presidiario Alberto Fujimori. La candidata Keiko Fujimori trata de alejarse de su progenitor. De la boca para afuera. Pero allí están los cuadernos regalones con el retrato del ahora preso ingeniero, demostrando lo contrario.

Podríamos seguir hasta después del 5 de junio, incluyendo también al retirado comandante y algunas de sus incongruencias, sus deslices, sus declives como por ejemplo el olvido o el abandono del Llapanchik Perú de Todos Nosotros. Pero el tiempo y espacio nos derrotan.