MARIO VARGAS LLOSA VIVIÓ EN MI CASA
El único parentesco que me tocó vivir con nuestro premio nobel de literatura fue ese extraño parentesco de reconocernos, sin ceremonias de presentación y comida, en la biblioteca de la casa, como familiares literarios.
A mi corta edad, en las aventuras de enfrentarme siempre a la montaña de libros de papá, fue creciendo en mi soledad mental la curiosidad de querer saber más de lo que me decían esos nombres que me rondaban en la mente una y otra vez tratando de descifrar el significado de esos títulos que habitaban en esa montaña, “conversación en la catedral”, “la casa verde”, “la ciudad y lo perros” entre otros. Creo que desde que nací, esos libros compartían un lugar en mi casa. Que Vargas Llosa siempre haya habitado mi humilde hogar y haya crecido conmigo fue un aliento vivo que siempre recorrió ese lugar extraño de nuestro ser que nos empuja a realizar y cumplir nuestros sueños.
Mario Vargas Llosa vive en mi casa y siempre lo hizo. En la soledad de mi hogar, con la frialdad del suelo y la curiosidad inmensa por querer saber qué mundo habitaba en ese objeto que me iluminaba, me inquietaba y me ataría, siempre su nombre había sido pronunciado miles de veces a mis siete, ocho y nueve años cuando mi admiración por él se iba fundando en la lecturas de algunos pasajes diversos en mi curiosidad por querer hacer mío el libro. Ya después poco a poco en mi juventud, a causa de un largo alejamiento de mi casa, al regresar, la montaña de libros no había cambiado en nada. Seguía siendo azul el plástico que los cubría y que de igual manera, en la soledad de una casa grande donde solo se escuchaba cantar al silencio, volví a encontrar a Vargas Llosa en el mismo lugar donde lo había dejado. Pero ya no era el mismo, me parecía que había envejecido más. Esos títulos me eran familiares y me eran al mismo tiempo extraños. Mario nunca dejó de habitar en la soledad inmensa de mi casa. Su habitar se había convertido desde mi corta edad en un solo fundamento: ser escritor. De todas las narraciones de selva que contiene “la casa verde” que me los había leído pasó como lectura de infancia, me dejaban en la mente un solo concepto de literatura. La soledad de mi niñez me hizo madurar pronto. Y las lecturas de algunas páginas de esas novelas me mostraron a un mundo desnudo. Estúpidamente se cree que un niño se pueda subestimar al contarle otras historias de un mundo que no existe escondiéndole, su verdadera realidad es una de las cosas que más me ha espantado y que cuando ese niño tenía que hacerse hombre se encontraría con un mundo que no era el mismo al que le habían acostumbrado, allá, en la calle, se decepcionó no solo de sus formadores sino del mismo mundo. Crecí con la realidad social y convulsiva del país bajo mis pies y entre mis ojos con los cortos e inmensos episodios de aquellas novelas que vivían escondidas en mi casa y que llevaban un nombre que lo repetía miles de veces en el día cuando fregaba con preguntas a mi padre.
Gracias a don Mario, la realidad de nuestro país nunca se me fue ajena. Ahora todo el mundo habla de él, pero poco son los que le han leído. Y pocos son a los que les interesaría leer. Como si su labor solo sería para los niveles cultos de nuestra sociedad y de países desarrollados. ¿Quién en la escuela dedica un hora de lectura para los escolares de una de las novelas de nuestro premio nobel?. Sin embargo, hay tanta chatarra literaria que se apodera de nuestros colegios para llenarse los bolsillos con la estafa de vender una literatura floja y haragana, nada comparado con el arte de un hombre que dedicó su vida entera a contarnos historias de nosotros mismos, de nuestra realidad como país y como Latinoamérica, y más allá de eso, que sus libros se hayan convertido en espectros de nuestra decadencia como sociedad y como raza humana. Ese es el reflejo de arte de don Mario. No solo nos llenemos la boca al hablar de él como un orgullo nacional, sino que dejemos de alimentar nuestra conciencia de tanta basura televisiva y llenemos nuestro espíritu de historias que en cada línea nos muestran las condiciones humanas que el hombre puede llegar a alcanzar.