Una época, una vida, un señor
ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
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Su forma de ser es eterna. En fondo y forma. Zapatos blancos. Camisa manga larga. Pantalón sin cinturón. Peinado con raya al costado. Un peine en el bolsillo por si se desarregla el cabello. Manolo no hay camino, se hace camino al andar. Es tan noble que hasta cuando tiene que ser duro con las críticas se le nota suave. Va cumplir 70 años pero si se viste con uniforme escolar fácil se lo confunde con uno de ellos.
Apareció en el mundo de la música en la década del 60 al mismo tiempo que la radiodifusión en Iquitos. Será por eso que se dejó llevar por los micros, consolas y comenzó desde abajo. Nunca se ha sentido como “los de arriba” quizás porque siempre le ha gustado trabajar para conseguir las cosas. Es de cuna humilde, entendiéndose esa posición como la de quien tiene para vivir y no vive para tener. Antes de ser locutor fue músico. Apasionado de la guitarra. Tanto amaba las cuerdas que fue el primero en tener y tocar una guitarra eléctrica en un Iquitos que ya estaba para otras notas.
“The Beach Demons” era el nombre de su grupo. Los demonios de la playa, en charapa. Pero no se negará que la pronunciación anglicana suena mejor. Con ese grupo hizo delirar a las chiquillas de la época, cantando en inglés y portugués. Cualquiera pensaría que por la afición musical y la época tenía en la marihuana un elemento de inspiración. No. “Nunca probé esa hierba, a pesar que fue vegetariano”, pronuncia la frase mientras hace notar sus dientes en medio de esa carita de yo no fui donde encierra toda la picardía de la eterna juventud.
Está confinado a lo que él mismo llama “sala de prensa” del mercado “La norteñita”. Ese mercado estaba -cuando él hacía sus pinitos en la radiodifusión- al fondo de la Putumayo y acudía con la enamorada del momento a comer tacacho con cecina antes o después de cada faena amatoria. En esa pequeña oficina nos abruma con sus recuerdos.
Gesticula, gira los dedos, voltea las manos, encoge los hombros para inmediatamente hablar de la vieja “nueva ola”. Leo Dan es su máximo líder. Le preguntamos si también admira a Palito Ortega y nos dice que prefiere a Leo Dan porque “es un señor compositor”. Menciona también a “The Beatles” entre los grupos y a Elvis Presley entre los solistas que alborotaban las cabinas radiales en esos años del hipismo. Siempre consideró que la música era su hábitat natural. Pero le ganó el periodismo.
Antes de dedicarse por completo a las noticias ingresó a la radiodifusión. Primero como “operador volante”, luego como locutor y, después, como promotor y organizador de concursos en vivo. En la relación de concursos uno de los que más recuerda es el de “música hindú”. ¿Qué? ¿Música hindú? Sí, nos responde. Para ilustrarnos nos recuerda que en los años 60, 70 en Iquitos los cines se abarrotaban con películas hindúes. La gente compraba boletos en reventa y era gracioso ver a hombres y mujeres salir de las funciones con su pañuelo para secarse las lágrimas. No sólo provocaban lágrimas sino que las escenas, los pasajes de las películas eran comentadas en calles y plazas. Y, claro, en las emisoras. Los hombres querían ser como los actores y caminaban y se vestían como tales. Las mujeres imitaban a las actrices y deseaban ser como ellas. En medio de toda esa efervescencia estaba la música de las películas. Así que Manolo organizó un concurso sobre la música. Se las ingenió para grabar la música de las películas, primero haciéndose amigo de los proyectistas que le permitían ingresar a las salas con una grabadora y retransmitirlas en su programa. El éxito fue tal que se vio obligado a crear un programa solo de música hindú. “Festival de música hindú” se llamaba y desde ahí convocó al concurso. ¿Era famoso? le preguntó. Me contesta que sí. “De la fama no se vive” añade. Tenía seguidores. En ese tiempo se repartía agua en carretas. “Hasta se recogía la basura en esos vehículos”, recuerda lo que llama “la época de oro de Iquitos”, mientras deja ver su diente de oro. Al notar esos dientes y apreciar el color de su cabello, provocadoramente y punzando su eterna juventud le preguntamos: ¿Te tiñes el pelo? Para nada, pero si tuviera que hacerlo no me hago problemas, total el hombre también tiene que verse bien, pronuncia con cierta imposición vocal y bucal. Como nota nuestra incredulidad y ya entrando en confianza, se despacha a su gusto.
“Las muchachas se peleaban por nosotros. Carlos Humberto López, chiclayano, creó el programa el show de la juventud y el auditorio de Radio Loreto se repletaba. Yo he visto a varias muchachas pelearse por mí, en las plazas, por el colegio Rosa Agustina. Con algunas me encuentro todavía y me piden que vuelva a la música. Mi maestro en Radio Amazonas fue Tito Rodríguez y Manuel Iglesias que después se hicieron famosos con “Shicshi y Ashishito”. Yo estaba en la música pero me gustaba apoyar en el control a Rosita Nilson. Antes estaba prohibido meterse a la cabina de la radio. Nadie podía entrar sin permiso del gerente. Mientras almorzaba Rosita yo hacía mis pinitos en las perillas”. Para probar todo lo que dice como una locomotora le pedimos que pronuncie alguna de las frases que decía por esos años: “Les saluda Manolo Soria, desde el edificio en la calle Próspero, en la frecuencia internacional de 1080 kilohertz”. Stop le decimos. Basta, señor, tranquilo maestro. Le llamaban desde Argentina, Chile, Inglaterra, le enviaban grabaciones en casetitos.
Tenía un programa propio cuando para jóvenes de su edad sólo estaba permitido que den la hora. “Dos y quince minutos de la tarde en Radio Loreto”. Nada más. Y eso porque un joven llamado Jorge Weninger era el volante de los domingos y se hizo su amigo. “Pero yo quería ser locutor, no operador”, añora esos tiempos. Sin precisar la cronología reconoce que “El compañerito” Arturo Tafur le llevó donde el químico farmacéutico Max Meléndez y le pone a trabajar en su radio de 12 del mediodía a 6 de la tarde. Era el hombre más feliz de la tierra de lo que entonces ni siquiera se conocía como “la tierra del Dios del amor”.
Llevado por la vocación y sabiendo que podía ganarse la vida con su voz, estudió locución a distancia. En la Academia “Nova” de México. “Para saber cuándo se tomaba aire y se hablaba bien”. Ya convertido en un hombre de radio confiesa: “A mí me enamoraban, yo no enamoraba, a pesar de mi carabina, será porque siempre he sido un aprendiz de poeta, piropeador por naturaleza”. Él dice que su voz y esos dotes galantes y a veces arrogantes ha heredado el único hijo que procreó con Socorro: Dino. Le puso Dino en honor a Yan. Porque también estudió y practicó artes marciales. Defensa personal, que le llaman. “Una vez escuché a un señor en la radio hablar mal de mi hijo Dino y aprendí a que ese tipo de críticas no se debe escuchar porque no sirven para nada. Mi hijo porque trabaja con Pancho es blanco de críticas, hay que aguantarlas”. Como todo hombre público no ha estado librado de críticas. Aunque no se considera un hombre de batallas, cree que ha sabido librarlas. “Me han dicho que soy brujo, que atraigo a las mujeres con hechicerías, no soy curandero ni empleo bajezas para conquistar a las mujeres. Soy fundador de Misión RAMA en Iquitos y creo en la vida extraterrestre porque nadie puede creer que el ser humano es el único que habita el firmamento y critico a la gente cuando se dice que el ser humano es el único pensante del firmamento”.
El olor a comida en su oficina es inevitable, a pesar que no es hora del almuerzo. Ha pasado por varias oficinas hasta que le destacaron al mercado. El 3 de octubre de 1983 ingresó a trabajar como jefe de Protocolo, Prensa y Propaganda cuando Luis Armando Lozano Lozano era alcalde por Acción Popular y quería reelegirse con Avanzada Democrática del Pueblo. Lozano perdió las elecciones pero le dejó como nombrado en la Municipalidad. Por eso es uno de los trabajadores más antiguos.
Se considera uno de los pocos que puede narrar desfiles militares. Se preparó para eso junto a Jaime Rivas Rolín, Mauro Llerena y otros más. Ha sido dos veces regidor en Punchana y entre todos los alcaldes que ha visto en Maynas se queda con Máximo Meléndez Cárdenas porque siempre quería cumplir con todo lo que prometía. “Aunque todos tienen su estilo, Pancho por ejemplo”. Mejor no hablamos de política y volvamos a su vestir.
No todo puede ser elegante como su vestir. No todo puede ser alegría. Alguna vez habrás derramado lágrimas sin ver películas hindúes. Sí. Sí, sí, sí. Medio que tartamudea. “Fíjate, ni cuando se murió mi madre he llorado a pesar que ha sido el día más triste para mí. Pero cómo son las cosas, no lloré para su entierro pero a veces cuando la recuerdo se me salen las lágrimas”. En esta mañana gris nos saca esta confesión como para desbaratar las versiones de quienes le creen extraterrestre porque no pocas veces le han escuchado hablar de sus experiencias con alienígenas. Manolo es un ser humano que perdió a su padre a los cinco años. Era sanmartinense y, su madre, contamanina. “Yo me abrí camino sin mis padres y todo lo que emprendo lo hago con amor”, suelta esa frase y se le nota más humano que nunca. Más sonriente que nunca.
Nos despedimos. Un hasta luego. Ya estamos en la puerta del mercado “La norteñita” para subirnos a la moto y vemos que se acerca y nos dice al oído: “Jaime, le agradezco a Dios por haberme dado la facilidad de escribir y porque me salvó de la muerte”. Sí, Manolo ha resucitado. Cuando estuvo al borde de la muerte en el año 1983, después que unos asaltantes le picaron con verduguillo y cortaron el intestino. Despertó al tercer día ante la mirada de una enfermera, quien le explicó todo lo que le habían hecho en la clínica. Le colocaron un bypass intestinal.
Cuando fue salvado allá en 1983 no sólo salvaron un cuerpo. Eso sería lo de menos. Dios, los extraterrestres o quiénes sean han salvado una vida, un señor, una época que se resume así: Manolo Soria Bazán, periodista y locutor.