Los papeles de Panamá que pertenecen a una firma de abogados y sus clientes, están poniendo en claro que de las palabras a los hechos hay mucho trecho. Recuerdo que cuando era universitario leí una entrevista al Nobel peruano de Literatura que decía que a las personas había que juzgarlas no por lo que dicen sino por lo que hacen. Así puestos hubiera que recordarles a los que están saliendo en esas cuentas opacas mayor coherencia con lo que dicen y hacen. Lo que abren cuentas en Panamá fuera de su país de origen es con el prístino propósito de evadir el pago de los impuestos o de ocultar dinero opaco de cuyo origen es muy dudoso. En la escena pública es de común escuchar al menos de parte de los palafreneros conservadores la exigencia que todos paguen impuestos y que estos sean mejor controlados. Bajo este epítome tenemos que en los papeles de Panamá figuran nombres como el de Mario Vargas Llosa, dice que lo abrió y cerró la cuenta a los pocos días, pero lo abrió sabiendo que esto es éticamente reprobable por el objeto/fin de esas cuentas opacas (lo que resulta sorprendente que en Perú se haya pasado a hurtadillas en esta noticia relacionada con el Nobel de Literatura y que pone en cuestión todo su predicamento liberal de converso. Confieso que me gustan muchas de sus novelas pero de sus artículos de opinión política huyo como alma que ve al diablo). Lo que sí resulta ya de broma trágica es el director de un grupo económico vinculado al diario “El País” también aparece, de modo indirecto, en esas cuentas. Y raíz de eso se ha sabido de negocios poco claros de ese ejecutivo. Aquí en España y contra todo pronóstico – aquí no renuncia nadie, un ministro ha dimitido por esos papeles – seguro que la cuestión era tan gorda que era necesario que se vaya porque estamos en campaña electoral. Como moraleja tenemos que los que abrieron esas cuentas, o la abrieron y cerraron sin más, era con el propósito de no pagar impuestos que entre otras cosas que pagarlos, vale recordar, es un deber ciudadano. Para resumir esta situación en el viejo adagio castellano, a Dios rogando y con el mazo dando.