LOS JUEGOS DE AZAR

Es absurdo que en los bolivarianos de este año el país local ande tan mal ubicado en la tabla. El Perú de siempre y de costumbre, al pie del orbe y otras cantatas, no pasa del cuarto lugar. Anda cerca de la cola, la retaguardia. Los competidores escogidos se sacan la madre y la mugre, hacen todo lo que pueden y casi siempre pierden. Pero otro sería el cantar y celebrar con la buena mesa y el abundante licor si se cambiarían las reglas de juego y se agregarían nuevos deportes. Como, por ejemplo, la arriesgada, peligrosa, cardiaca disciplina de imprimir billetes falsos, ruda contienda donde andamos primeros en el mundo. Y con máquinas obsoletas, remendadas, a punto de arruinarse.

Los moradores de la parte trasera del país. Es decir, los afamados y afanosos charapos de toda condición y edad, podríamos tumbar el cielo de un solo soplo al arrasar con las preseas, las medallas, las cosas ajenas, si es que a alguien se le hubiera ocurrido incorporar el febril, desvelado y astuto deporte de los juegos de azar. Una nutrida delegación de expertos en bingos, barajas, cachitos, damas, tragamonedas y otras disciplinas contundentes hubieran acudido a Trujillo y Chiclayo para acabar con la mala ubicación peruana. No necesitamos de nada ni de nadie, ni de entrenadores, de preparadores físicos, de uniformes, de pagos adicionales, para poner en las canchas todas las excelencias en ese deporte que debería tener el rango de olímpico.

En los disputados juegos de azar nadie puede ganarnos. Ni siquiera los que inventaron la pelota. En ese menester, cuya vida callejera es visible todos los días con las personas de ambos sexos que juegan en cualquier parte, está la clave para que en las próximas contiendas, bolivaristas o no, ocupemos los primeros lugares, lejos ya de puestos subalternos, de la triste cola, de la infame retaguardia.